DÍA 1.° D E J U L I O
San Domiciano, obrero de la primera hora en la magna empresa de la fundación de monasterios en Occidente, nació en Roma a principios del siglo v, imperando Constancio III. Sus nobles y cristianos padres guardaron pura la fe del bautismo en medio de los malos ejemplos de los arríanos. Tan pronto como el muchacho se halló en edad de estudiar, le dieron maestros católicos, los cuales le comunicaron gran amor a la Sagrada Escritura
Siendo de edad de doce años,
logró que sus padres vendiesen parte del patrimonio familiar para ayudarle a
emprender estudios superiores.
Domiciano pretendía llegar a
ser valeroso defensor de la fe. Pasados tres años escasos, los arríanos mataron
al padre de nuestro Santo por la fe. Después su esposa, quedó ciega, y no tardó
en seguir a su esposo. Con estas terribles pruebas afinaba Dios el temple de
Domiciano.
LA VERDADERA LIBERTAD
Huérfano el virtuoso joven,
quedó tan desconsolado y sobre manera afligido, que de buena gana hubiera
bajado él también al sepulcro con sus padres a quienes tanto amaba. Dos meses
pasó dudando en qué emplearía sus cuantiosas riquezas. Estando así perplejo y
sin saber qué partido tomar, se le ocurrió preguntar a un criado suyo:
—Oye, Sisinio, ¿crees tú que
el hombre, siendo libre y pudiendo vivir en libertad, tiene por fuerza que
someterse a mil servidumbres, sólo para darse el gusto de disfrutar de estos
bienes caducos?
—Yo juzgo —respondió
Sisinio— que, pudiéndolo, vale infinitamente más ser libre que esclavo.
—Bien respondiste —repuso
Domiciano—. Doctrina es del Apóstol, como en la escuela me lo enseñaron Si
puedes vivir libre, prefiere la libertad a la servidumbre. Resuelto estoy a
observar tan sabio y santo consejo. Hoy mismo daré libertad a mis esclavos, en
cuanto a mis bienes, los venderé y repartiré el dinero a los pobres. Y ejecutó
su determinación.
Pasadas dos semanas,
habiendo ya vendido y distribuido cuanto tenía, dejó el siglo y se fue a un
monasterio.
Ignorase el lugar de su
retiro; lo que sí se sabe de seguro es que permaneció en él brevísimo tiempo
disfrutando de la deseada paz y tranquilidad.
Partió para las Galias,
visitó de paso el famoso monasterio de Leríns, y acabó por fijar su residencia
en Arles, cuyo prelado, San Hilario, brillaba por entonces cual resplandeciente
antorcha de aquella Iglesia.
FUNDA SU PRIMER MONASTERIO
Luego echó de ver San
Hilario la virtud y piedad de su huésped, por lo que juzgó poderle conferir la
dignidad sacerdotal. Domiciano, que veía en ello la voluntad de Dios, consintió
en recibir los sagrados órdenes, mas no quiso nunca honras y dignidades
eclesiásticas, porque sólo anhelaba volver a la soledad. Atraía más que
ningún otro lugar el monasterio de la isla de Leríns, tenía ya dispuesto el
viaje, cuando oyó hablar de la vida admirable de San Euquerio, obispo de Lyon.
Mudó al punto de camino y
fue remontando el valle del Ródano hasta llegar a la capital de las Galias,
objeto de aquella larga peregrinación.
Euquerio le recibió con
paternal bondad, le oyó referir la historia de su vida y peregrinaciones, y
aprobó sus planes de vida solitaria. Hízole entrega de un ara con reliquias de
los santos Crisanto y Daría, para que sobre ellas celebrase el Santo
Sacrificio. Domiciano se fue a vivir en lugar apartado, donde edificó una
ermita en honor de San Cristóbal. Allí levantaron más tarde los fieles la aldea
llamada Burgo San Cristóbal.
En tan solitario lugar se
entregaba de lleno a la oración, vigilias, ayunos, y celebración de los divinos
misterios, pero pronto empezó a llegar una multitud de discípulos deseosos de
imitar el modo de vida del Santo.
Aun muchas personas
mundanas, al tener noticia del retiro donde vivía, acudieron a él en tan gran
número que el santo varón determinó edificar un monasterio en lugar todavía más
retirado. Fue antes a consultar, como solía, con San Euquerio, a quien había
tomado desde su llegada como director espiritual.
—Venerable padre —le dijo—,
el lugar en que resido es ya tan frecuentado por toda clase de personas, y de
tal manera llega hasta él el ruido del mundo, que ya no parece adecuado para
monasterio, y más si tenemos en cuenta que es terreno árido y no hay en él agua
que pueda beberse.
San Euquerio le respondió.
—Ve, hijo, busca donde
quieras una soledad que sea conforme a tus gustos. El Señor te acompañará y
favorecerá tus deseos. Y después de darle sus últimos paternales consejos, lo
bendijo y se despidió de él.
EN BUSCA DE SOLEDAD
Al día siguiente, celebrada
la misa, partió Domiciano camino de Levante con otro monje llamado Modesto.
Después de caminar larguísimo trecho, llegaron a un espacioso valle cercado de
espesos bosques, guarida en otro tiempo de ciertos acuñadores de moneda falsa.
El paraje era sumamente delicioso y ameno, lo exploraron cuidadosamente y
hallaron en él varias fuentes de purísimas aguas.
A eso de media noche, tuvo
San Domiciano una visión. Apareció Nuestro Señor, quien mirándole con
benevolencia, le dijo —Domiciano, sé valeroso, yo mismo te ayudaré en tus
empresas. Aquí vendrán a juntarse contigo innumerables hijos que seguirán tus
ejemplos.
Ea, pues, manos a la obra
empieza ya a ejecutar lo que determinaste.
Había Domiciano concebido la
víspera un verdadero plan de monasterio.
Sobre la colina donde
brotaba la más caudalosa fuente, edificaría un amplio convento para los monjes,
en la parte baja, cerca del camino, una hospedería y una iglesia para los
transeúntes y peregrinos. Al despertarse dio gracias a Dios, y corrió a
notificar a los religiosos el feliz hallazgo y las bendiciones que el Señor le
había prometido.
Encargó a un virtuoso
sacerdote el cuidado de la ermita de San Cristóbal y sus anejos, y él pasó con
los monjes a la nueva soledad. A más del monasterio y la hospedería, edificó
dos ermitas, una dedicada a la Virgen y otra a San Cristóbal. El mismo San
Euquerio las consagró.
DON DE MILAGROS
Por entonces favoreció el
Señor a su siervo con el don de arrojar a los demonios del cuerpo de los
posesos, no fue menester más para que las muchedumbres aprendiesen el camino
del nuevo monasterio. Pero Domiciano, para evitar las muestras de veneración de
aquellas gentes, se ocultaba en algún lugar apartado y no volvía al convento
hasta el domingo, y sólo para ver a los monjes y tomar su frugal sustento, pues
no comía entre semana. Afligirse los monjes con tan prolongadas ausencias de
su superior, a quien manifestaron que a cada paso necesitaban sus consejos.
Prometiendo el Santo quedarse con ellos y consintió, además, en comer un poco
cada día para quitarles la cariñosa preocupación que por su salud tenían.
Finalmente, siendo ya muy
entrado en años, dejó la dirección del monasterio a un santo monje llamado
Juan, para poder con más libertad prepararse a la muerte, porque parecía ya
muy cercano el momento.
Acometido de repentina
enfermedad el año 440, llamó a los monjes y, cuando ya estuvieron todos
alrededor de su lecho, les dijo —Vivid en paz y santidad, porque es condición
indispensable para ver un día al Señor en la gloria. Obedeced siempre a quien
el Cielo os designare por superior. Yo os dejaré ya dentro de poco, puesto que
Dios me llamará a Sí el día primero de julio.
Al oír tales palabras
prorrumpieron todos en llanto-
—¿Por qué dejamos tan
pronto, venerable padre? —le preguntaron.
—No os dejo, hermanos,
alegraos, voy a ser vuestro protector y medianero cerca de Dios.
El día primero de julio
celebrase una misa en el aposento del moribundo, en ella comulgaron Domiciano y
los monjes. Levantó luego el Santo las manos al cielo, y habiendo dicho «Señor,
en tus manos encomiendo mi espíritu», expiró dulcemente en brazos de sus
religiosos.
Al mismo tiempo, llenase la
celda del Santo de fragancia suavísima que sanó a algunos monjes enfermos.
Enterraron su sagrado cuerpo en la iglesia del monasterio, cerca del altar del
mártir San Ginés. En el correr de los siglos obró el Señor en su sepulcro,
innumerables milagros.
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