martes, 30 de junio de 2020

San Domiciano Abad y fundador (t 440)

DÍA 1.° D E J U L I O


San Domiciano, obrero de la primera hora en la magna empresa de la fundación de monasterios en Occidente, nació en Roma a principios del siglo v, imperando Constancio III. Sus nobles y cristianos padres guardaron pura la fe del bautismo en medio de los malos ejemplos de los arríanos. Tan pronto como el muchacho se halló en edad de estudiar, le dieron maestros católicos, los cuales le comunicaron gran amor a la Sagrada Escritura

Siendo de edad de doce años, logró que sus padres vendiesen parte del patrimonio familiar para ayudarle a emprender estudios superiores.

Domiciano pretendía llegar a ser valeroso defensor de la fe. Pasados tres años escasos, los arríanos mataron al padre de nuestro Santo por la fe. Después su esposa, quedó ciega, y no tardó en seguir a su esposo. Con estas terribles pruebas afinaba Dios el temple de Domiciano.

LA VERDADERA LIBERTAD

Huérfano el virtuoso joven, quedó tan desconsolado y sobre manera afligido, que de buena gana hubiera bajado él también al sepulcro con sus padres a quienes tanto amaba. Dos meses pasó dudando en qué emplearía sus cuantiosas riquezas. Estando así perplejo y sin saber qué partido tomar, se le ocurrió preguntar a un criado suyo:

—Oye, Sisinio, ¿crees tú que el hombre, siendo libre y pudiendo vivir en libertad, tiene por fuerza que someterse a mil servidumbres, sólo para darse el gusto de disfrutar de estos bienes caducos?

—Yo juzgo —respondió Sisinio— que, pudiéndolo, vale infinitamente más ser libre que esclavo.

—Bien respondiste —repuso Domiciano—. Doctrina es del Apóstol, como en la escuela me lo enseñaron Si puedes vivir libre, prefiere la libertad a la servidumbre. Resuelto estoy a observar tan sabio y santo consejo. Hoy mismo daré libertad a mis esclavos, en cuanto a mis bienes, los venderé y repartiré el dinero a los pobres. Y ejecutó su determinación.

Pasadas dos semanas, habiendo ya vendido y distribuido cuanto tenía, dejó el siglo y se fue a un monasterio.

Ignorase el lugar de su retiro; lo que sí se sabe de seguro es que permaneció en él brevísimo tiempo disfrutando de la deseada paz y tranquilidad.

Partió para las Galias, visitó de paso el famoso monasterio de Leríns, y acabó por fijar su residencia en Arles, cuyo prelado, San Hilario, brillaba por entonces cual resplandeciente antorcha de aquella Iglesia.

FUNDA SU PRIMER MONASTERIO

Luego echó de ver San Hilario la virtud y piedad de su huésped, por lo que juzgó poderle conferir la dignidad sacerdotal. Domiciano, que veía en ello la voluntad de Dios, consintió en recibir los sagrados órdenes, mas no quiso nunca honras y dignidades eclesiásticas, porque sólo anhelaba volver a la soledad. Atraía más que ningún otro lugar el monasterio de la isla de Leríns, tenía ya dispuesto el viaje, cuando oyó hablar de la vida admirable de San Euquerio, obispo de Lyon.

Mudó al punto de camino y fue remontando el valle del Ródano hasta llegar a la capital de las Galias, objeto de aquella larga peregrinación.

Euquerio le recibió con paternal bondad, le oyó referir la historia de su vida y peregrinaciones, y aprobó sus planes de vida solitaria. Hízole entrega de un ara con reliquias de los santos Crisanto y Daría, para que sobre ellas celebrase el Santo Sacrificio. Domiciano se fue a vivir en lugar apartado, donde edificó una ermita en honor de San Cristóbal. Allí levantaron más tarde los fieles la aldea llamada Burgo San Cristóbal.

En tan solitario lugar se entregaba de lleno a la oración, vigilias, ayunos, y celebración de los divinos misterios, pero pronto empezó a llegar una multitud de discípulos deseosos de imitar el modo de vida del Santo.

Aun muchas personas mundanas, al tener noticia del retiro donde vivía, acudieron a él en tan gran número que el santo varón determinó edificar un monasterio en lugar todavía más retirado. Fue antes a consultar, como solía, con San Euquerio, a quien había tomado desde su llegada como director espiritual.

—Venerable padre —le dijo—, el lugar en que resido es ya tan frecuentado por toda clase de personas, y de tal manera llega hasta él el ruido del mundo, que ya no parece adecuado para monasterio, y más si tenemos en cuenta que es terreno árido y no hay en él agua que pueda beberse.

San Euquerio le respondió.

—Ve, hijo, busca donde quieras una soledad que sea conforme a tus gustos. El Señor te acompañará y favorecerá tus deseos. Y después de darle sus últimos paternales consejos, lo bendijo y se despidió de él.

EN BUSCA DE SOLEDAD

Al día siguiente, celebrada la misa, partió Domiciano camino de Levante con otro monje llamado Modesto. Después de caminar larguísimo trecho, llegaron a un espacioso valle cercado de espesos bosques, guarida en otro tiempo de ciertos acuñadores de moneda falsa. El paraje era sumamente delicioso y ameno, lo exploraron cuidadosamente y hallaron en él varias fuentes de purísimas aguas.

A eso de media noche, tuvo San Domiciano una visión. Apareció Nuestro Señor, quien mirándole con benevolencia, le dijo —Domiciano, sé valeroso, yo mismo te ayudaré en tus empresas. Aquí vendrán a juntarse contigo innumerables hijos que seguirán tus ejemplos.

Ea, pues, manos a la obra empieza ya a ejecutar lo que determinaste.

Había Domiciano concebido la víspera un verdadero plan de monasterio.

Sobre la colina donde brotaba la más caudalosa fuente, edificaría un amplio convento para los monjes, en la parte baja, cerca del camino, una hospedería y una iglesia para los transeúntes y peregrinos. Al despertarse dio gracias a Dios, y corrió a notificar a los religiosos el feliz hallazgo y las bendiciones que el Señor le había prometido.

Encargó a un virtuoso sacerdote el cuidado de la ermita de San Cristóbal y sus anejos, y él pasó con los monjes a la nueva soledad. A más del monasterio y la hospedería, edificó dos ermitas, una dedicada a la Virgen y otra a San Cristóbal. El mismo San Euquerio las consagró.

DON DE MILAGROS

Por entonces favoreció el Señor a su siervo con el don de arrojar a los demonios del cuerpo de los posesos, no fue menester más para que las muchedumbres aprendiesen el camino del nuevo monasterio. Pero Domiciano, para evitar las muestras de veneración de aquellas gentes, se ocultaba en algún lugar apartado y no volvía al convento hasta el domingo, y sólo para ver a los monjes y tomar su frugal sustento, pues no comía entre semana. Afligirse los monjes con tan prolongadas ausencias de su superior, a quien manifestaron que a cada paso necesitaban sus consejos. Prometiendo el Santo quedarse con ellos y consintió, además, en comer un poco cada día para quitarles la cariñosa preocupación que por su salud tenían.

Finalmente, siendo ya muy entrado en años, dejó la dirección del monasterio a un santo monje llamado Juan, para poder con más libertad prepararse a la muerte, porque parecía ya muy cercano el momento.

Acometido de repentina enfermedad el año 440, llamó a los monjes y, cuando ya estuvieron todos alrededor de su lecho, les dijo —Vivid en paz y santidad, porque es condición indispensable para ver un día al Señor en la gloria. Obedeced siempre a quien el Cielo os designare por superior. Yo os dejaré ya dentro de poco, puesto que Dios me llamará a Sí el día primero de julio.

Al oír tales palabras prorrumpieron todos en llanto-

—¿Por qué dejamos tan pronto, venerable padre? —le preguntaron.

—No os dejo, hermanos, alegraos, voy a ser vuestro protector y medianero cerca de Dios.

El día primero de julio celebrase una misa en el aposento del moribundo, en ella comulgaron Domiciano y los monjes. Levantó luego el Santo las manos al cielo, y habiendo dicho «Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu», expiró dulcemente en brazos de sus religiosos.

Al mismo tiempo, llenase la celda del Santo de fragancia suavísima que sanó a algunos monjes enfermos. Enterraron su sagrado cuerpo en la iglesia del monasterio, cerca del altar del mártir San Ginés. En el correr de los siglos obró el Señor en su sepulcro, innumerables milagros.




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