sábado, 4 de julio de 2020

San Miguel de los Santos Trinitario descalzo (1591-1625)

DIA 5 DE JULIO

San Miguel de los Santos —llamado en el Bautismo Miguel Jerónimo José— nació el 29 de septiembre de 1591 en la muy noble y leal ciudad de Vich.

Sus padres, Enrique Argemir y Margarita Monserrada, tan ilustres en estirpe como ricos en méritos de virtud, residían en la villa de Centellas, donde Enrique ejercía el oficio de escribano. Ocho hijos les habían concedido el Cielo, los cinco que sobrevivieron fueron objeto de esmeradísima educación. Rezaban diariamente el Santo Rosario y, con frecuencia también, el Santo Oficio Corto de la Santísima Virgen. Cuatro años tenía nuestro Santo cuando perdió a su virtuosa madre, y ya entonces asistía con su padre y sus hermanos a las Completas que, en honor de Nuestra Señora, se cantaban los sábados en la iglesia llamada la Rotonda.

María premió desde el Cielo la piedad y confianza de sus fieles devotos otorgando a uno de ellos, al pequeño Miguel, gracias extraordinarias que lo llevarían a la santidad.

Cinco años tenía cuando el relato de los padecimientos del divino Salvador le hacía derramar abundantísimas lágrimas, determinó entonces odiar con toda su alma el pecado y darse a rigurosa penitencia. Había oído contar cómo muchos santos llevaron vida penitente en los desiertos y, decidido imitarlos con otros dos amiguitos de su misma edad, salió hacia el Montseny, elevada montaña que dista unas tres leguas de Vich.

A poco de ponerse en camino, se volvió uno de ellos por miedo de sus padres. Miguel y su compañero siguieron adelante hasta dar en una cueva que pronto abandonaron por hallarla plagada de sabandijas. A poco andar encontraron no uno sino dos refugios adecuados a su propósito y en ellos se instalaron. Mas como el niño que se había vuelto refiriese en el pueblo todo lo ocurrido, los padres de ambos solitarios salieron a buscarlos.

Don Enrique halló a Miguel aún dentro de la cueva, hincado de rodillas y llorando amargamente.

—¿Por qué lloras, hijo mío? —le preguntó.

—Lloro —respondió Miguel— por lo mucho que los hombres han hecho padecer a Nuestro Señor Jesucristo.

No esperaba el padre tal respuesta y se quedó suspenso unos instantes.

—Pero, dime, ¿cómo piensas que vas a poder vivir en un lugar tan abandonado y peligroso en el que no encontrarás ni qué comer?

—Mire, padre —repuso ingenuamente Miguel— ; Dios que se cuidó tan bien de los demás santos, ya se cuidará de mí.

Quedaron los padres muy edificados de la piedad y animosa determinación de sus hijos, pero con todo, juzgaron prudente llevárselos a casa.

EN EL CONVENTO DE LOS TRINITARIOS

Paso el tiempo y se fue para Barcelona donde encontró el convento  de los trinitarios y un dia oyó Miguel todas las misas que se dijeron en la iglesia de los Padres, y en días sucesivos se ofreció con fervorosa insistencia para ayudar algunas.

Los religiosos se admiraron grandemente al ver la piedad, recato y modestia del angelical mancebo, por eso, cuando pasado algún tiempo vino a suplicarles que le admitiesen como novicio, lo recibieron de muy buena gana. En agosto de 1603, siendo tan sólo de edad de trece años, vistió el hábito de la Orden de los Trinitarios, fundada en el siglo XIII por San Juan de Mata y San Félix de Valois en honra de la Virgen María.

En el noviciado fue Miguel dechado perfectísimo para sus hermanos.

Señalase en la obediencia cumpliendo con escrupuloso cuidado todos los empleos, aun los manuales, por los que sentía natural repugnancia.

Fue extraordinariamente devoto de Jesús Sacramentado y de la Virgen María. Pasaba todos los ratos libres al pie de los altares derramando su corazón en el de su amadísimo Señor, y tanto llegó a dilatarse su amor al divino Prisionero del Tabernáculo, que hablaba con Él como si lo viese cara a cara. Pidió y logró de sus superiores que le destinaran al servicio de la sacristía y a ayudar a misa, cargos que desempeñaba con tanta devoción y tan grande edificación de los fieles, que muchos mudaron de vida sólo con ver la compostura y dulce modestia del buen religioso.

El ilustre padre Jerónimo Dezza como lector de filosofía de los jóvenes profesos. Luego que conoció a Miguel, quedó prendado de su preclaro talento, pues el santo joven no tenía menos ingenio que devoción y virtud. Logró llevárselo al convento de Zaragoza donde lo dedicó al estudio de las letras humanas.

Después Partió, pues, de Zaragoza, y fue al Convento de Descalzos de Pamplona, donde recibió el hábito a principios del mes de enero del año 1608;  allí mudó el apellido del siglo; le llamaron primero Miguel de San José, pero al poco tiempo escogió él mismo el de Miguel de los Santos.

Desde Pamplona, pasó al noviciado de Madrid. Terminado el año, profesó en Alcalá, de donde fue enviado a Solana y luego a Sevilla. Estudió Filosofía en Baeza v Teología en Salamanca, sin que por ello se entibiasen su fervor y devoción. Terminados los estudios, le hicieron conventual de Baeza, a donde volvió en 1616 ya ordenado sacerdote.

Una noche que estaba San Miguel de los Santos pidiendo al Señor que le trocase el corazón por otro más inflamado en el amor divino, le apareció Jesús, y arrancando del propio pecho su adorable Corazón, lo cambió por el del Santo, el cual se sintió desde entonces, presa de un ardentísimo amor.

TAREAS APOSTÓLICAS. — ÉXTASIS

Seis años permaneció fray Miguel en Baeza ejerciendo primero el oficio de Vicario y después los cargos de confesor y predicador. Con sus oraciones y vida penitente atrajo sobre sus tareas copiosísimas bendiciones del Cielo. Llegó a ser tal la afluencia de fieles que acudían a los sermones de fray Miguel y tan copiosos los frutos, que no bastaban los Padres todos del convento para oír las confesiones. El joven apóstol solía decir que todos los trabajos y padecimientos en nada podían disminuir el inmenso placer que le causaba la conversión de un alma a Dios.

SUPERIOR DE VALLADOLID

El año de 1622 fue nombrado por los Superiores Ministro del convento de Valladolid.

ENFERMEDAD Y MUERTE

De tiempo atrás había predicado el Santo que moriría a los treinta y tres años. El primero de abril de 1625 le sobrevino una inflamación que a los pocos días degeneró en tabardillo. Los médicos no lo juzgaron mortal por el momento, pero sabedor nuestro Santo de la proximidad de su muerte, rogó se le administraran los últimos Sacramentos. Antes de recibir el Viático, de rodillas, pidió perdón a sus hermanos de cuantos malos ejemplos les había dado y de las molestias que les ocasionara.

A la una de la madrugada del día 10 de abril hizo su última profesión de fe «Creo en ti. Dios mío —exclamó—, en ti espero y te amo de todo corazón. Señor, me pesa en el alma de haberte ofendido». Y dichas estas palabras, expiró plácidamente teniendo los ojos puestos en el cielo.

Le Hicieron solemnísimos funerales a los que asistieron la nobleza y el pueblo de Valladolid unidos en el común dolor y en el cariño.

Los muchos y portentosos milagros que obró el Señor por mediación de su fiel siervo, movieron al papa Benedicto XIV a declararlo Beato el 10 de abril de 1742. Pío IX lo canonizó solemnemente el 8 de junio de 1862.


SANTORAL

·         Santos Agatón y Trifina de Sicilia

·         San Atanasio de Athos

·         San Atanasio de Jerusalén

·         San Domicio el Médico

·         San Esteban de Nicea

·         Santa Marta de Siria

·         San Numeriano de Tréveris

·         Santo Tomás de Terreto

 


San Ulrico Obispo de Augsburgo (890-973)

DÍA 4 D E JULIO

San Ulrico es el primer Santo solemnemente canonizado por la Iglesia.

Este acto, de singular importancia histórica como bien puede entenderse, fue el más notable del pontificado del papa Juan XV, que ocupó la silla de San Pedro desde el año 985 hasta el 996.

Ulrico de Dillingen, llamado también Udalrico, nació en el año 890 en Augsburgo. Hijo del conde Ubaldo, estaba unido por su madre Ditperga, hija del duque Burchard, a la casa de Suabia, la más ilustre de Alemania en aquella época, tal unión se trocó en parentesco por el matrimonio de su hermana Huitgarda, cuyo marido reinó también en dicho Ducado.

Vino Ulrico al mundo con una complexión tan delicada que sus padres temían verle morir de un momento a otro, así las cosas, y ante el peligro de perder el hijo único que Dios les había dado, elevaron al cielo fervorosas oraciones para pedir la salud y la vida de aquel ser que tan querido les era. Sus súplicas fueron favorablemente acogidas y no sólo el niño recobró las fuerzas físicas sino que dio prueba de muy enérgico y poderoso carácter. El cielo preparaba así, con una especial bendición, al que había de ser muy pronto dechado de espiritual fortaleza y rigurosa austeridad.

PEREGRINACIÓN A ROMA — EL EPISCOPADO

Por aquellos días ejercía el episcopado en Augsburgo, Adalberón, preceptor de Ulrico desde el año 906. El joven clérigo fue nombrado familiar del obispo y, luego, canónigo de la catedral. Deseoso de visitar el sepulcro de los Apóstoles, se lo comunicó al prelado, el cual le aprobó y le dio, además, cartas para el Sumo Pontífice.

Ulrico tomo el camino de Roma vestido de peregrino, y edificó con sus virtudes a cuantos HUBO de tratarle durante el viaje. Una vez satisfecha aquella devoción, visitó al Papa a fin de cumplir ante él el encargo de su obispo. Le Recibió Sergio III con bondad, y le anunció, al mismo tiempo, la muerte de Adalberón, suceso que el Padre Santo había conocido por inspiración de Dios. Aún más, le insinuó la idea de consagrarle obispo y designarle como sucesor del prelado difunto, el cual, en una de las cartas de que Ulrico era portador, hacía grandes elogios de su familiar y canónigo. El peregrino, sinceramente asustado, alegó su gran juventud y su inexperiencia —tenía entonces diecinueve años— y suplicó al Papa que no le impusiese una carga tan por encima de sus fuerzas.

Sergio III no le instó más, pero le aseguró, de parte de Dios, que su negativa no le libraría del episcopado más adelante. Le Predijo que grandes calamidades afligirían a su futura diócesis.

Ambas profecías se realizaron en efecto catorce años más tarde cuando al morir el obispo Hiltino, sucesor de Adalberón, todos los sufragios de clero y pueblo, recayeron sobre Ulrico. A pesar de su resistencia fue llevado en triunfo a la Catedral y, con gran solemnidad, consagrado obispo el 28 de diciembre del año 923. Realmente era la voluntad del Señor.

PEREGRINACIÓN A ROMA

Cuando la ciudad de Augsburgo estuvo libre de todo peligro, el santo pastor ordenó en toda la diócesis solemnes oraciones en acción de gracias, y no contento con esta pública manifestación de su reconocimiento hacia la bondad divina, resolvió hacer por segunda vez el viaje a Roma para agradecer a los santos apóstoles Pedro y Pablo, su insigne y visible protección sobre la capital del episcopado, ya que en su poder y guarda había confiado cuando los húngaros la amenazaban.

Cumplió Ulrico esta peregrinación con gran piedad y sincera humildad.

Llegado a Roma, fue recibido solemnemente por el papa Juan XII.

El duque Alberico de Camerino, gran cónsul de Roma, para demostrarle su adhesión fervorosa le hizo donación de la cabeza de San Abundio, insigne reliquia que el prelado aceptó con gran alegría para enriquecer el tesoro espiritual de su diócesis.

En 927, a pesar de su ancianidad y de sus achaques. Ulrico peregrinó de nuevo a Roma, pues quería, antes de morir, visitar por última vez el sepulcro de los Apóstoles, hacia quienes sentía gran veneración.

PODER DE LA ORACIÓN Y DE LA FE

En uno de estos viajes, Ulrico se vio detenido por el Taro, que, al desbordarse, había inundado las tierras de ambas márgenes. Cuantos le acompañaban buscaron en vano un medio para atravesarlo. Comprendió el santo obispo que era necesario recurrir a Dios, y ordenó que levantasen un altar a la orilla del río, celebró en él la santa misa y, por la sola eficacia de su oración, el agua retrocedió a su cauce, con lo cual pudieron los viajeros continuar su camino sin peligro alguno.

Otra vez, atravesando el Danubio, al chocar el barco que le conducía contra una roca, se abrió en él una profunda brecha. Todos los pasajeros se apresuraron a ganar tierra. Ulrico se quedó el último a fin de favorecer el salvamento de los demás, y Dios le recompensó este acto de caridad, haciendo que llegara sano y salvo a la orilla. En el mismo momento de poner pie en tierra, el barco, hasta entonces sostenido como por una fuerza invisible, se hundió en las aguas del río.

En otra ocasión, dirigiéndose a Ingelheim para asistir a un concilio provincial, encontró en el camino a un mendigo gravemente herido. Lleno de compasión, el santo obispo le ofreció generosa limosna diciendo «En nombre de Nuestro Señor, toma esto y vete en paz». Poco después, Roberto —que así se llamaba el mendigo— se sintió completamente curado.

MUERTE DEL SANTO

Los últimos años de la vida de San Ulrico fueron una larga cadena de penitencias, que aumentaban en número y en rigor a medida que sentía acercarse la muerte. A pesar de sus fatigas continuó visitando su diócesis y predicando al pueblo la palabra de Dios. El tiempo que le quedaba e incluso muchas veces el de la comida y descanso, lo consagraba a la oración, a las santas lecturas y a la meditación. Supo por revelación divina, que muy pronto iría a unirse definitivamente con Aquél que llenaba su alma, y este pensamiento le colmó de alegría. Distribuyó entre los pobres los poquísimos bienes que aún le quedaban y, momentos antes de expirar, con el fin de imitar a Jesucristo hasta el último suspiro, se extendió sobre un lecho de ceniza preparado en forma de cruz. Ocurrió su santa muerte el día 4 de julio del año 973.

Enterrado en Augsburgo en la iglesia de Santa Afra, obró desde su sepultura numerosos milagros. Fue canonizado solemnemente por Juan XV el primero de febrero de 993. El texto de la Bula se ha conservado hasta nuestros días, y hacen mención de ella muchos historiadores. Este precioso documento lleva, además de la firma del «obispo de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana», la de cinco obispos, diez cardenales, un arcediano (administrador de diócesis) y tres diáconos, y constituye una joya bibliográfica.

SANTORAL  4 JULIO

·        Santa Isabel de Portugal

·        San Andrés de Creta

·        Santa Berta de Blangy

·        San Cesidio Giacomantonio

·        San Florencio de Cahors

·        San Jocundiano mártir

·        San Lauriano de Vatan

·        San Nanfanión mártir

·        San Udalrico de Augsburgo

·        San Valentín de Langres

·        Beata Catalina Jarrige

·        Beato José Kowalski

·        Beato Juan de Vespignano

·        Beato Pedro Jorge Frassati

 


viernes, 3 de julio de 2020

San Bernardino Realino De la compañía de Jesús (1530-1616)

DÍA 3 DE JULIO

No siempre se manifiesta la vocación religiosa con la espontaneidad del primer impulso, a veces permite el Señor que los llamados al divino servicio orienten su vida hacia otros rumbos, y aun los deja prosperar y afianzarse en ellos hasta que, lograda ya la deseada cumbre, advierten que el camino se les ha terminado y que el apetecido ideal queda aún muy lejos. Es el momento crítico aprovechado por Dios para insinuar la invitación. «Si quieres ser perfecto. ». Momento en que el alma se llama a reflexión para descubrir, desde la atalaya íntima, los horizontes que hasta entonces permanecieron ocultos tras el primer plano de otras preocupaciones. Tal es el caso de San Bernardino Realino.

INFANCIA Y PRIMEROS AÑOS

Nació nuestro Santo el 1.“ de diciembre de 1530 en Carpi, ciudad italiana de la provincia de Módena. Fueron sus padres don Francisco Realino, caballerizo mayor del príncipe don Luis de Gonzaga, más tarde hombre de confianza del cardenal Madruzzo, y doña Isabel Bellentani, mujer ilustre y piadosísima.

En Ia ceremonia del santo Bautismo, celebrada ocho días después, recibió el niño los nombres de Bernardino Luis.

EN LA UNIVERSIDAD

Decidido a estudiar filosofía, eligió para ello la Universidad de Módena.

Pronto el brillo de su talento y aquel notabilísimo tacto y don de gentes característicos en él le conquistaron el nuevo escenario de su actividad. Fueron magníficos comienzos.

Algunos malos compañeros —que nunca faltan aliados al demonio—,

seducidos por las prendas personales de Bernardino, cayeron en la pérfida intención de malearlo. Dadas las aficiones del incauto joven, nada más fácil que acogerse a la literatura y a la filosofía para entrar en materia.

La víctima sé dejó prender en la tenue red de aquel mísero engaño y fue cediendo paulatinamente en sus disposiciones. Ya no gustaba con la misma fruición de los ejercicios piadosos. Aquella intensidad en los estudios decayó igualmente, y el que tiempo antes hallaba escaso el margen de horas para concentrarse sobre los libros, malgastándolo ahora sin tino ni provecho. Fue, por gracia de Dios, una crisis pasajera. Su buena madre lo respaldaba al igual que hiciera Mónica por su hijo Agustín, mientras Bernardino se dejaba arrastrar a la deriva, las oraciones de Isabel preparaban la vuelta definitiva del hijo pródigo.

Muy pronto se percató éste del mal paso en que se encontraba y rompió valientemente con aquellos sus perversos amigos. Y aun, para asegurar mejor sus propósitos de recuperación, dejó la Universidad de Módena y trasladándose a la de Bolonia, Remedio costoso, pero plenamente eficaz.

Acaeció por aquellos días la muerte de doña Isabel, golpe terrible para Bernardino cuyo corazón había sido siempre una hoguera de amor hacia su santa madre. Ni aun la gracia tuvo de recibir su último suspiro.

LA VOCACIÓN RELIGIOSA

Pasaron muchas cosas en su vida, pero aun así, Bernardino no había sentido hasta entonces ninguna inquietud formal respecto a su manera de vida. Dios Nuestro Señor había venido asentando los pilares para sobre ellos afirmar con sólida estructura la vocación religiosa de su siervo que, por entonces, sólo pensaba en mantener la trayectoria primitiva.

Un día, yendo por una de las calles de la ciudad, topó con dos jóvenes religiosos que murmuraban. Le impresionó sobremanera la modestia que en ellos había observado y quiso conocerlos. Supo que pertenecían a la Compañía de Jesús, y el domingo siguiente acudió a oír misa en la iglesia de los jesuitas. Allí precisamente le esperaba el llamamiento divino. En el momento en que Bernardino entraba, el padre Juan Carminata, discípulo de San Ignacio de Loyola, ponderaba la necesidad de menospreciar los bienes caducos y escuchar los divinos llamamientos.

Nuestro Santo pasó la mañana en su despacho, a vueltas con las verdades de aquel sermón. Por la tarde, se presentó en la residencia de los Padres y preguntó por el predicador. El Padre Carminata muy serenamente lo escucho y después que hubo estudiado y admirado las excelencias de aquella alma, le aconsejo un retiro espiritual de ocho días. Durante estos ejercicios, Dios Nuestro Señor habíase servido iluminarle la senda por donde iba a conducirle a la santidad. Comprendió Bernardino que su vocación estaba en la vida religiosa y  tras mucho discurrir y encomendarse a Dios, se decidió por la Compañía de Jesús.

El 13 de octubre de 1564, ingresó en el Noviciado de Nápoles.

Aquel período de probación transcurrió en medio de extraordinario fervor y de repetidos favores sobrenaturales. Un día también mientras rezaba el santo Rosario, se le apareció nuevamente la Virgen, para arrancar de su corazón el fomes peccati (inclinación al pecado): y tan libre de él quedó el santo novicio que ya nunca volvió a sentir incentivo alguno contra la santa pureza.

Las extraordinarias muestras de virtud que en él habían observado, determinaron a los superiores a romper en su favor con una costumbre de la Compañía. Porque a mitad del Noviciado —que es regularmente de dos años— ya le dedicaron a los estudios. En el año 1567, el 24 de mayo, fue ordenado sacerdote, y en la fiesta del Corpus Christi celebró su primera misa. Por nueva excepción, debida al General de entonces, San Francisco de Borja, hizo la profesión solemne de cuatro votos el

1." de mayo de 1570. Durante tres años ejerció el ministerio en Nápoles, intensamente dedicado a la catequesis entre los pobres.

SANTIDAD Y MILAGROS

El milagro más grande que a un hombre pueda pedirse es el de la propia santificación, y en este aspecto constituye la vida de San Bernardino un prodigio constante. Aquellas virtudes incipientes que admirábamos en su infancia habían venido evolucionando hasta completar el ciclo de su progreso en la madurez de la vida. Sus contemporáneos atestiguaron unánimemente que jamás habían podido sorprender en él palabra alguna que rozara los límites del pecado venial.

ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE

Tenía ochenta años nuestro Santo. Aquel día 3 de marzo había pasado toda la mañana en el confesonario y acababa de subir a su aposento. Al querer bajar la escalera, pisó en falso y se vino al suelo con gran violencia. Acudieron los Padres y hallándolo sin sentido y con dos profundas heridas por las que salía abundantísima la sangre.

Después de aquel accidente, aún vivió el Siervo de Dios seis años.

El 29 de junio de 1616, le sobrevino una debilidad extraordinaria. Al día siguiente perdió el habla; los médicos juzgaron que era gravísimo. El Padre Rector administró los últimos Sacramentos, y el Santo los recibió con devoción tal, que arrancaba lágrimas a los presentes.

El 2 de julio, sábado, fiesta de la Visitación, dijeron que quizá en aquel día esperaba la Santísima Virgen recibirle en el cielo. « ¡ Oh, Santísima Señora mía», exclamó. Fueron sus últimas palabras. Poco después del mediodía, mientras tenía la mirada en el crucifijo, entregó al Señor su bendita alma. El Consejo de la ciudad tomó los funerales a su cargo.

San Bernardino Realino fue beatificado por León XIII el 27 de septiembre de 1895. Su Santidad Pío XII lo canonizo en junio de 1947




miércoles, 1 de julio de 2020

San Otón Obispo Apóstol de Pomerania (1062-1139)

DIA 2 DE JULIO


Fue San Otón natural de Mistelbach de Franconia. Allí nació, por los años de 1062, de padres nobles, pero pobres en bienes terrenales.

Desde jovencito se dio al estudio de las letras humanas y llevaba ya algunos años de grande aprovechamiento, cuando, casi a un tiempo, se le murieron los padres, con lo que se tornó más apurada su situación.

Para no incómodar a su hermano mayor, pasó a Polonia, que por entonces carecía de maestros, y puso escuela, a la que en breve acudieron muchísimos alumnos. Con su ciencia, piedad y finos modales se ganó muy presto la confianza de los principales señores de Polonia, los cuales no sólo se hicieron amigos de Otón, sino que a menudo ponían en sus manos muy enmarañados pleitos para que él los compusiera. Creció tanto su fama, que el duque Boleslao II le nombró su capellán; y habiendo muerto su primera mujer, eligió al Santo para que fuese a pedir para él la mano de Judit, hermana de Enrique IV de Alemania.

El negocio salió admirablemente, pero el duque perdió en él a su prudente y sabio consejero; porque el emperador, prendado del embajador de Boleslao lo retuvo en su corte. Y Otón, que dejara su patria, pobre y casi desconocido, volvió a ella como personaje importante y calificado. Su principal oficio fue por entonces, rezar salmos a coro con el emperador.

Quedo vacante el cargo de canciller, y el emperador, no hallando persona más capaz que su capellán para desempeñarlo cumplidamente, le nombró canciller del imperio. El Santo ejerció tan importante empleo por espacio de algunos años con celo y acierto tales, que nunca prosperaron tanto los negocios de palacio como en el tiempo en que los administró San Otón. Quiso el emperador premiarle dándole un obispado, aun a costa de los intereses del imperio que perdería a tan sabio ministro, pero el Santo no aceptó aquella dignidad. No llegaba a entender Enrique IV cómo un varón tan virtuoso y prudente rehusaba el obispado, siendo así que eran muchos los que con intrigas y amaños lo solicitaban. Ignoraba que su canciller tenía corazón muy noble para allanarse a tamaña bajeza.

Sabía Otón que el poder de distribuir beneficios y obispados, lo había usurpado el emperador a la Iglesia, y temía manchar su alma con el crimen de corrupción, si aceptaba la propuesta de su señor.

OBISPO DE BAMBERG. — FIDELIDAD AL PAPA

El año 1102 quedó vacante el obispado de Bamberg. Otra vez propuso el emperador a su canciller que aceptase el ser obispo. El santo varón que tan obstinadamente había hasta entonces rehusado tal dignidad, la aceptó ahora para evitar que en la silla de Bamberg se sentasen hombres indignos. Hizo más, pasar por alto en recibir de manos del impío emperador el anillo y el báculo pastoral, aunque con propósito de permanecer fiel de corazón a la Iglesia, y haciendo voto de no aceptar la consagración episcopal hasta tanto que el Sumo Pontífice ratificase aquella elección.

SEGUNDA MISIÓN. — MUERTE DEL SANTO

El  año de 1128, con la bendición del papa Honorio II y el beneplácito del rey Lotario, Otón dejó nuevamente a Bamberg y partió para Pomerania, donde la idolatría amenazaba desvanecer totalmente las halagüeñas esperanzas concebidas en los principios de la misión. Se Detuvo primero en Stettín, donde halló muy divididos a los habitantes: unos perseveraban firmes en la fe, pero los más habían vuelto al paganismo. Los sacerdotes de los ídolos amotinaron a los apóstatas que, como fieras, asaltaron a gritos la casa del obispo, dando mueras al apóstol.

San Otón, ansioso de ser mártir de la fe, vistiese de pontifical, mandó alzar la cruz, y entonando himnos y salmos, salió procesionalmente con su clero para encomendar al Señor aquel postrer combate. Maravillados los bárbaros al ver el buen temple de aquellos hombres que aun estando a punto de morir tenían humor para cantar, empezaron a amansarse un tanto. Pero al ver llegar al sumo sacerdote de los ídolos que había mandado matar al Santo los apóstatas enristraron sus lanzas para atravesar con ellas al misionero. ¡Oh maravilla! Los brazos de aquellos desdichados se paralizaron de repente y permanecieron rígidos y como petrificados.

El Santo se movió a compasión y con sólo bendecirlos sanándolos a todos. Al ver tan grande prodigio, pidieron perdón al Santo y lloraron sus pasados yerros.

San Otón pasó después a la ciudad de Vollín, cuyos habitantes recibieron humildemente sus amonestaciones; y dejando en Pomerania algunos sacerdotes, volvió a Bamberg, donde murió a 30 de junio de 1139.

Canonizado por Clemente III en 1189, celébrese su fiesta el 2 de julio.

suscribete a mi canal



martes, 30 de junio de 2020

San Domiciano Abad y fundador (t 440)

DÍA 1.° D E J U L I O


San Domiciano, obrero de la primera hora en la magna empresa de la fundación de monasterios en Occidente, nació en Roma a principios del siglo v, imperando Constancio III. Sus nobles y cristianos padres guardaron pura la fe del bautismo en medio de los malos ejemplos de los arríanos. Tan pronto como el muchacho se halló en edad de estudiar, le dieron maestros católicos, los cuales le comunicaron gran amor a la Sagrada Escritura

Siendo de edad de doce años, logró que sus padres vendiesen parte del patrimonio familiar para ayudarle a emprender estudios superiores.

Domiciano pretendía llegar a ser valeroso defensor de la fe. Pasados tres años escasos, los arríanos mataron al padre de nuestro Santo por la fe. Después su esposa, quedó ciega, y no tardó en seguir a su esposo. Con estas terribles pruebas afinaba Dios el temple de Domiciano.

LA VERDADERA LIBERTAD

Huérfano el virtuoso joven, quedó tan desconsolado y sobre manera afligido, que de buena gana hubiera bajado él también al sepulcro con sus padres a quienes tanto amaba. Dos meses pasó dudando en qué emplearía sus cuantiosas riquezas. Estando así perplejo y sin saber qué partido tomar, se le ocurrió preguntar a un criado suyo:

—Oye, Sisinio, ¿crees tú que el hombre, siendo libre y pudiendo vivir en libertad, tiene por fuerza que someterse a mil servidumbres, sólo para darse el gusto de disfrutar de estos bienes caducos?

—Yo juzgo —respondió Sisinio— que, pudiéndolo, vale infinitamente más ser libre que esclavo.

—Bien respondiste —repuso Domiciano—. Doctrina es del Apóstol, como en la escuela me lo enseñaron Si puedes vivir libre, prefiere la libertad a la servidumbre. Resuelto estoy a observar tan sabio y santo consejo. Hoy mismo daré libertad a mis esclavos, en cuanto a mis bienes, los venderé y repartiré el dinero a los pobres. Y ejecutó su determinación.

Pasadas dos semanas, habiendo ya vendido y distribuido cuanto tenía, dejó el siglo y se fue a un monasterio.

Ignorase el lugar de su retiro; lo que sí se sabe de seguro es que permaneció en él brevísimo tiempo disfrutando de la deseada paz y tranquilidad.

Partió para las Galias, visitó de paso el famoso monasterio de Leríns, y acabó por fijar su residencia en Arles, cuyo prelado, San Hilario, brillaba por entonces cual resplandeciente antorcha de aquella Iglesia.

FUNDA SU PRIMER MONASTERIO

Luego echó de ver San Hilario la virtud y piedad de su huésped, por lo que juzgó poderle conferir la dignidad sacerdotal. Domiciano, que veía en ello la voluntad de Dios, consintió en recibir los sagrados órdenes, mas no quiso nunca honras y dignidades eclesiásticas, porque sólo anhelaba volver a la soledad. Atraía más que ningún otro lugar el monasterio de la isla de Leríns, tenía ya dispuesto el viaje, cuando oyó hablar de la vida admirable de San Euquerio, obispo de Lyon.

Mudó al punto de camino y fue remontando el valle del Ródano hasta llegar a la capital de las Galias, objeto de aquella larga peregrinación.

Euquerio le recibió con paternal bondad, le oyó referir la historia de su vida y peregrinaciones, y aprobó sus planes de vida solitaria. Hízole entrega de un ara con reliquias de los santos Crisanto y Daría, para que sobre ellas celebrase el Santo Sacrificio. Domiciano se fue a vivir en lugar apartado, donde edificó una ermita en honor de San Cristóbal. Allí levantaron más tarde los fieles la aldea llamada Burgo San Cristóbal.

En tan solitario lugar se entregaba de lleno a la oración, vigilias, ayunos, y celebración de los divinos misterios, pero pronto empezó a llegar una multitud de discípulos deseosos de imitar el modo de vida del Santo.

Aun muchas personas mundanas, al tener noticia del retiro donde vivía, acudieron a él en tan gran número que el santo varón determinó edificar un monasterio en lugar todavía más retirado. Fue antes a consultar, como solía, con San Euquerio, a quien había tomado desde su llegada como director espiritual.

—Venerable padre —le dijo—, el lugar en que resido es ya tan frecuentado por toda clase de personas, y de tal manera llega hasta él el ruido del mundo, que ya no parece adecuado para monasterio, y más si tenemos en cuenta que es terreno árido y no hay en él agua que pueda beberse.

San Euquerio le respondió.

—Ve, hijo, busca donde quieras una soledad que sea conforme a tus gustos. El Señor te acompañará y favorecerá tus deseos. Y después de darle sus últimos paternales consejos, lo bendijo y se despidió de él.

EN BUSCA DE SOLEDAD

Al día siguiente, celebrada la misa, partió Domiciano camino de Levante con otro monje llamado Modesto. Después de caminar larguísimo trecho, llegaron a un espacioso valle cercado de espesos bosques, guarida en otro tiempo de ciertos acuñadores de moneda falsa. El paraje era sumamente delicioso y ameno, lo exploraron cuidadosamente y hallaron en él varias fuentes de purísimas aguas.

A eso de media noche, tuvo San Domiciano una visión. Apareció Nuestro Señor, quien mirándole con benevolencia, le dijo —Domiciano, sé valeroso, yo mismo te ayudaré en tus empresas. Aquí vendrán a juntarse contigo innumerables hijos que seguirán tus ejemplos.

Ea, pues, manos a la obra empieza ya a ejecutar lo que determinaste.

Había Domiciano concebido la víspera un verdadero plan de monasterio.

Sobre la colina donde brotaba la más caudalosa fuente, edificaría un amplio convento para los monjes, en la parte baja, cerca del camino, una hospedería y una iglesia para los transeúntes y peregrinos. Al despertarse dio gracias a Dios, y corrió a notificar a los religiosos el feliz hallazgo y las bendiciones que el Señor le había prometido.

Encargó a un virtuoso sacerdote el cuidado de la ermita de San Cristóbal y sus anejos, y él pasó con los monjes a la nueva soledad. A más del monasterio y la hospedería, edificó dos ermitas, una dedicada a la Virgen y otra a San Cristóbal. El mismo San Euquerio las consagró.

DON DE MILAGROS

Por entonces favoreció el Señor a su siervo con el don de arrojar a los demonios del cuerpo de los posesos, no fue menester más para que las muchedumbres aprendiesen el camino del nuevo monasterio. Pero Domiciano, para evitar las muestras de veneración de aquellas gentes, se ocultaba en algún lugar apartado y no volvía al convento hasta el domingo, y sólo para ver a los monjes y tomar su frugal sustento, pues no comía entre semana. Afligirse los monjes con tan prolongadas ausencias de su superior, a quien manifestaron que a cada paso necesitaban sus consejos. Prometiendo el Santo quedarse con ellos y consintió, además, en comer un poco cada día para quitarles la cariñosa preocupación que por su salud tenían.

Finalmente, siendo ya muy entrado en años, dejó la dirección del monasterio a un santo monje llamado Juan, para poder con más libertad prepararse a la muerte, porque parecía ya muy cercano el momento.

Acometido de repentina enfermedad el año 440, llamó a los monjes y, cuando ya estuvieron todos alrededor de su lecho, les dijo —Vivid en paz y santidad, porque es condición indispensable para ver un día al Señor en la gloria. Obedeced siempre a quien el Cielo os designare por superior. Yo os dejaré ya dentro de poco, puesto que Dios me llamará a Sí el día primero de julio.

Al oír tales palabras prorrumpieron todos en llanto-

—¿Por qué dejamos tan pronto, venerable padre? —le preguntaron.

—No os dejo, hermanos, alegraos, voy a ser vuestro protector y medianero cerca de Dios.

El día primero de julio celebrase una misa en el aposento del moribundo, en ella comulgaron Domiciano y los monjes. Levantó luego el Santo las manos al cielo, y habiendo dicho «Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu», expiró dulcemente en brazos de sus religiosos.

Al mismo tiempo, llenase la celda del Santo de fragancia suavísima que sanó a algunos monjes enfermos. Enterraron su sagrado cuerpo en la iglesia del monasterio, cerca del altar del mártir San Ginés. En el correr de los siglos obró el Señor en su sepulcro, innumerables milagros.




San Eugenio Obispo de Cartago, y sus quinientos compañeros mártires (t hacia 505)

DÍA 13 DE JULIO Por la muerte del obispo San Deogracias, acaecida en 457, la Iglesia de Cartago quedo huérfana de Pastor durante más de ci...