sábado, 4 de julio de 2020

San Miguel de los Santos Trinitario descalzo (1591-1625)

DIA 5 DE JULIO

San Miguel de los Santos —llamado en el Bautismo Miguel Jerónimo José— nació el 29 de septiembre de 1591 en la muy noble y leal ciudad de Vich.

Sus padres, Enrique Argemir y Margarita Monserrada, tan ilustres en estirpe como ricos en méritos de virtud, residían en la villa de Centellas, donde Enrique ejercía el oficio de escribano. Ocho hijos les habían concedido el Cielo, los cinco que sobrevivieron fueron objeto de esmeradísima educación. Rezaban diariamente el Santo Rosario y, con frecuencia también, el Santo Oficio Corto de la Santísima Virgen. Cuatro años tenía nuestro Santo cuando perdió a su virtuosa madre, y ya entonces asistía con su padre y sus hermanos a las Completas que, en honor de Nuestra Señora, se cantaban los sábados en la iglesia llamada la Rotonda.

María premió desde el Cielo la piedad y confianza de sus fieles devotos otorgando a uno de ellos, al pequeño Miguel, gracias extraordinarias que lo llevarían a la santidad.

Cinco años tenía cuando el relato de los padecimientos del divino Salvador le hacía derramar abundantísimas lágrimas, determinó entonces odiar con toda su alma el pecado y darse a rigurosa penitencia. Había oído contar cómo muchos santos llevaron vida penitente en los desiertos y, decidido imitarlos con otros dos amiguitos de su misma edad, salió hacia el Montseny, elevada montaña que dista unas tres leguas de Vich.

A poco de ponerse en camino, se volvió uno de ellos por miedo de sus padres. Miguel y su compañero siguieron adelante hasta dar en una cueva que pronto abandonaron por hallarla plagada de sabandijas. A poco andar encontraron no uno sino dos refugios adecuados a su propósito y en ellos se instalaron. Mas como el niño que se había vuelto refiriese en el pueblo todo lo ocurrido, los padres de ambos solitarios salieron a buscarlos.

Don Enrique halló a Miguel aún dentro de la cueva, hincado de rodillas y llorando amargamente.

—¿Por qué lloras, hijo mío? —le preguntó.

—Lloro —respondió Miguel— por lo mucho que los hombres han hecho padecer a Nuestro Señor Jesucristo.

No esperaba el padre tal respuesta y se quedó suspenso unos instantes.

—Pero, dime, ¿cómo piensas que vas a poder vivir en un lugar tan abandonado y peligroso en el que no encontrarás ni qué comer?

—Mire, padre —repuso ingenuamente Miguel— ; Dios que se cuidó tan bien de los demás santos, ya se cuidará de mí.

Quedaron los padres muy edificados de la piedad y animosa determinación de sus hijos, pero con todo, juzgaron prudente llevárselos a casa.

EN EL CONVENTO DE LOS TRINITARIOS

Paso el tiempo y se fue para Barcelona donde encontró el convento  de los trinitarios y un dia oyó Miguel todas las misas que se dijeron en la iglesia de los Padres, y en días sucesivos se ofreció con fervorosa insistencia para ayudar algunas.

Los religiosos se admiraron grandemente al ver la piedad, recato y modestia del angelical mancebo, por eso, cuando pasado algún tiempo vino a suplicarles que le admitiesen como novicio, lo recibieron de muy buena gana. En agosto de 1603, siendo tan sólo de edad de trece años, vistió el hábito de la Orden de los Trinitarios, fundada en el siglo XIII por San Juan de Mata y San Félix de Valois en honra de la Virgen María.

En el noviciado fue Miguel dechado perfectísimo para sus hermanos.

Señalase en la obediencia cumpliendo con escrupuloso cuidado todos los empleos, aun los manuales, por los que sentía natural repugnancia.

Fue extraordinariamente devoto de Jesús Sacramentado y de la Virgen María. Pasaba todos los ratos libres al pie de los altares derramando su corazón en el de su amadísimo Señor, y tanto llegó a dilatarse su amor al divino Prisionero del Tabernáculo, que hablaba con Él como si lo viese cara a cara. Pidió y logró de sus superiores que le destinaran al servicio de la sacristía y a ayudar a misa, cargos que desempeñaba con tanta devoción y tan grande edificación de los fieles, que muchos mudaron de vida sólo con ver la compostura y dulce modestia del buen religioso.

El ilustre padre Jerónimo Dezza como lector de filosofía de los jóvenes profesos. Luego que conoció a Miguel, quedó prendado de su preclaro talento, pues el santo joven no tenía menos ingenio que devoción y virtud. Logró llevárselo al convento de Zaragoza donde lo dedicó al estudio de las letras humanas.

Después Partió, pues, de Zaragoza, y fue al Convento de Descalzos de Pamplona, donde recibió el hábito a principios del mes de enero del año 1608;  allí mudó el apellido del siglo; le llamaron primero Miguel de San José, pero al poco tiempo escogió él mismo el de Miguel de los Santos.

Desde Pamplona, pasó al noviciado de Madrid. Terminado el año, profesó en Alcalá, de donde fue enviado a Solana y luego a Sevilla. Estudió Filosofía en Baeza v Teología en Salamanca, sin que por ello se entibiasen su fervor y devoción. Terminados los estudios, le hicieron conventual de Baeza, a donde volvió en 1616 ya ordenado sacerdote.

Una noche que estaba San Miguel de los Santos pidiendo al Señor que le trocase el corazón por otro más inflamado en el amor divino, le apareció Jesús, y arrancando del propio pecho su adorable Corazón, lo cambió por el del Santo, el cual se sintió desde entonces, presa de un ardentísimo amor.

TAREAS APOSTÓLICAS. — ÉXTASIS

Seis años permaneció fray Miguel en Baeza ejerciendo primero el oficio de Vicario y después los cargos de confesor y predicador. Con sus oraciones y vida penitente atrajo sobre sus tareas copiosísimas bendiciones del Cielo. Llegó a ser tal la afluencia de fieles que acudían a los sermones de fray Miguel y tan copiosos los frutos, que no bastaban los Padres todos del convento para oír las confesiones. El joven apóstol solía decir que todos los trabajos y padecimientos en nada podían disminuir el inmenso placer que le causaba la conversión de un alma a Dios.

SUPERIOR DE VALLADOLID

El año de 1622 fue nombrado por los Superiores Ministro del convento de Valladolid.

ENFERMEDAD Y MUERTE

De tiempo atrás había predicado el Santo que moriría a los treinta y tres años. El primero de abril de 1625 le sobrevino una inflamación que a los pocos días degeneró en tabardillo. Los médicos no lo juzgaron mortal por el momento, pero sabedor nuestro Santo de la proximidad de su muerte, rogó se le administraran los últimos Sacramentos. Antes de recibir el Viático, de rodillas, pidió perdón a sus hermanos de cuantos malos ejemplos les había dado y de las molestias que les ocasionara.

A la una de la madrugada del día 10 de abril hizo su última profesión de fe «Creo en ti. Dios mío —exclamó—, en ti espero y te amo de todo corazón. Señor, me pesa en el alma de haberte ofendido». Y dichas estas palabras, expiró plácidamente teniendo los ojos puestos en el cielo.

Le Hicieron solemnísimos funerales a los que asistieron la nobleza y el pueblo de Valladolid unidos en el común dolor y en el cariño.

Los muchos y portentosos milagros que obró el Señor por mediación de su fiel siervo, movieron al papa Benedicto XIV a declararlo Beato el 10 de abril de 1742. Pío IX lo canonizó solemnemente el 8 de junio de 1862.


SANTORAL

·         Santos Agatón y Trifina de Sicilia

·         San Atanasio de Athos

·         San Atanasio de Jerusalén

·         San Domicio el Médico

·         San Esteban de Nicea

·         Santa Marta de Siria

·         San Numeriano de Tréveris

·         Santo Tomás de Terreto

 


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