DÍA 6 D E J U L I O
La mayoría de los autores señalan el nacimiento de Goar hacia el año 525. Sus padres pertenecían a la nobleza de Aquitania y eran, por sus virtudes, el ornato y la edificación de la provincia. Goar dio desde su infancia señales de verdadera santidad. La historia nos lo muestra orando con la aureola de la inocencia su exquisita pureza daba a su rostro una expresión más suave que la alborada, junto a este lirio de inmaculada blancura crecía lozana y fresca la rosa de la caridad, que ya en los tiernos años inspiraba todas sus acciones e hizo que se mostrara siempre extremadamente amable y obsequioso para con los demás.
Apenas alcanzó Goar la edad
de la razón, ya se entregó de lleno a la práctica de las obras buenas. Se gozaba
en consolar a los afligidos y socorrer a
los pobres, y su corazón se inflamaba cada día en el amor al prójimo. La pureza
de su vida y el ardor de la caridad le granjearon muy pronto el afecto de
cuantos le rodeaban, circunstancias que él aprovechó para darse por entero al
apostolado de los pobres y de los ignorantes.
SACERDOTE Y ERMITAÑO
Tan bellos comienzos
atrajeron sobre Goar a atención de su obispo, que, complacido de la actuación
del niño, quiso investirle del carácter sacerdotal para hacer más fecundo su
apostolado.
Cuando el joven apóstol
llegó a la edad requerida, recibió los órdenes sagrados. Fue siempre sacerdote
celosísimo del cumplimiento de sus deberes, y muy fervoroso en la celebración
del Santo Sacrificio de la Misa.
Ejerció, además, el
ministerio de la predicación y con sus exhortaciones convirtió a gran número de
personas que habían permanecido sordas a otros llamamientos y que acudieron a
la primera invitación del Santo.
Los esfuerzos de Goar para
hacer desaparecer los abusos y las costumbres inveteradas de la época —resabios
aún de bárbaros y paganos tiempo— se vieron coronados con resultados tan
satisfactorios, que le dieron motivo para temer que su humildad fue empañada
por la vanagloria, a causa de las alabanzas que le prodigaban. Para huir de
semejante peligro, resolvió retirarse a
la soledad, y poniendo por obra su propósito, se encaminó a un lugar desierto
situado a orillas del Rin.
ES ACUSADO ANTE EL OBISPO DE
TRÉVERIS
No todos veían con buenos
ojos la conducta de Goar. Dos familiares del obispo de Tréveris, acudieron a la
ermita, para cobrar un tributo destinado al culto y ornato de la iglesia de San
Pedro. La vista de la ermita y de los pobres y peregrinos con quienes Goar
repartía su pan desde la mañana, impresionó desfavorablemente a los dos
emisarios, los cuales consideraron este acto de caridad como una infracción de
las reglas monásticas del ayuno y de la abstinencia. Al regresar a Tréveris denunciaron
a Goar ante el obispo, como a hombre amigo de comilonas y como piedra de
escándalo para todo el país, pues arrastraba a muchos hombres a estos mismos
excesos que con sus malos ejemplos propagaba.
El obispo creyó de buena fe
cuanto le contaron sus familiares, y les ordenó que volvieran apresuradamente a
la ermita y trajesen a Goar a su presencia para pedirle cuenta de su conducta.
Goar los recibió con su acostumbrada amabilidad, sin manifestar la menor
extrañeza por esta visita inesperada. Cuando los enviados le comunicaron la
orden del obispo, exclamó. «El Señor me dé fuerzas para que la obediencia no
sufra retraso». Pasó la noche en oración, y al amanecer del día siguiente, después
de celebrada la misa, dijo a su discípulo. «Hijo mío, prepara la comida para
que los enviados de nuestro Pontífice puedan comer con nosotros». Cuando esto
oyeron los familiares del obispo, se indignaron, y echaron en cara al sacerdote
su desprecio de las leyes del ayuno y sus excesos en la comida. Goar, sin
alterarse por estas acusaciones, les demostró que las leyes del ayuno no son
superiores a las de la caridad.
RETORNO A LA SOLEDAD
Paso algún tiempo en la vida
de nuestro santo. Cuando una empezó una
enfermedad que debía retenerle en cama por espacio de siete años, y conducirle
al fin a la sepultura.
Sigeberto, rey de Austrasia,
no pudo, pues, elevar a su candidato a la silla episcopal de Tréveris. Libre ya
de aquella preocupación, pensó Goar en satisfacer cumplidamente la promesa que
había hecho en Tréveris. A tal fin, se ofreció al Señor como víctima propiciatoria. La
enfermedad que le aquejaba le proporcionó crueles sufrimientos que el Santo
aceptaba de bonísimo humor y con entrega total de su voluntad en manos del
Altísimo.
Al mismo tiempo que ofrecía
al cielo el mérito de sus dolores, no descuidaba de orar fervorosamente por la
propagación de la fe, y para pedir el triunfo de la Iglesia.
MUERTE DE GOAR
Pasados siete años, recobró
Goar la salud. Apenas lo supo Sigeberto, le mandó nuevos emisarios para que
aceptase la mitra que le había propuesto tiempo hacía. Goar respondió que la
hora de su muerte estaba próxima, y que rogaba no se pensase más en privarle de
la paz y de la dicha que se gozan en la soledad. Pidió, además, al rey le
enviase dos sacerdotes para que le asistieran en sus últimos momentos.
Sigeberto accedió, pero los dos enviados llegaron sólo para recoger el último
suspiro del valiente soldado de Cristo, del amigo de los pobres y de los
humildes.
El cuerpo de San Goar fue
enterrado en la capillita edificada por el Santo. Más tarde, Pipino el Breve
mandó construir a orillas del Rin una magnífica basílica para guardar en ella
las preciosas reliquias. Aunque en el sepulcro se realizaron multitud de
milagros, parece que Goar se complacía principalmente en salvar del naufragio a
los que le invocaban en semejante trance.
Se dice que quien a
sabiendas pasaba por delante de la iglesia dedicada al Santo sin entrar a
dirigirle una súplica, tenía su castigo. Cuéntase que Carlomagno, durante una
excursión que hizo por el Rin, dejó de ofrecer al Santo sus homenajes. Durante
la travesía se levantó una furiosa tempestad, y por más de doce horas el navio
del emperador perdió el rumbo sin que el piloto, a pesar de sus esfuerzos
pudiera gobernarlo.
Al día siguiente enviaba
Carlomagno a la iglesia de San Goar veinte libras de plata y dos tapices de
seda.
SANTORAL
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Santa Ciriaca de Nicomedia
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Santa Dominica de Tropea
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San Goar
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San Justo de Condat
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Santa Monena
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San Paladio de Escocia
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San Pedro Wang Zuolong
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San Rómulo de Fiésole
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San Sísoes de Egipto
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Beato Agustín José Desgardin
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Beata María Teresa Ledochowska
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Beata Nazaria Ignacia
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Beata Susana Águeda y compañeras
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Beato Tomás Alfield
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