DÍA 4 D E JULIO
San Ulrico es el primer Santo solemnemente canonizado por la Iglesia.
Este acto, de singular
importancia histórica como bien puede entenderse, fue el más notable del
pontificado del papa Juan XV, que ocupó la silla de San Pedro desde el año 985
hasta el 996.
Ulrico de Dillingen, llamado
también Udalrico, nació en el año 890 en Augsburgo. Hijo del conde Ubaldo,
estaba unido por su madre Ditperga, hija del duque Burchard, a la casa de
Suabia, la más ilustre de Alemania en aquella época, tal unión se trocó en
parentesco por el matrimonio de su hermana Huitgarda, cuyo marido reinó también
en dicho Ducado.
Vino Ulrico al mundo con una
complexión tan delicada que sus padres temían verle morir de un momento a otro,
así las cosas, y ante el peligro de perder el hijo único que Dios les había
dado, elevaron al cielo fervorosas oraciones para pedir la salud y la vida de
aquel ser que tan querido les era. Sus súplicas fueron favorablemente acogidas
y no sólo el niño recobró las fuerzas físicas sino que dio prueba de muy
enérgico y poderoso carácter. El cielo preparaba así, con una especial
bendición, al que había de ser muy pronto dechado de espiritual fortaleza y
rigurosa austeridad.
PEREGRINACIÓN A ROMA — EL EPISCOPADO
Por aquellos días ejercía el
episcopado en Augsburgo, Adalberón, preceptor de Ulrico desde el año 906. El
joven clérigo fue nombrado familiar del obispo y, luego, canónigo de la
catedral. Deseoso de visitar el sepulcro de los Apóstoles, se lo comunicó al
prelado, el cual le aprobó y le dio, además, cartas para el Sumo Pontífice.
Ulrico tomo el camino de
Roma vestido de peregrino, y edificó con sus virtudes a cuantos HUBO de
tratarle durante el viaje. Una vez satisfecha aquella devoción, visitó al Papa
a fin de cumplir ante él el encargo de su obispo. Le Recibió Sergio III con
bondad, y le anunció, al mismo tiempo, la muerte de Adalberón, suceso que el
Padre Santo había conocido por inspiración de Dios. Aún más, le insinuó la idea
de consagrarle obispo y designarle como sucesor del prelado difunto, el cual,
en una de las cartas de que Ulrico era portador, hacía grandes elogios de su familiar
y canónigo. El peregrino, sinceramente asustado, alegó su gran juventud y su
inexperiencia —tenía entonces diecinueve años— y suplicó al Papa que no le
impusiese una carga tan por encima de sus fuerzas.
Sergio III no le instó más,
pero le aseguró, de parte de Dios, que su negativa no le libraría del
episcopado más adelante. Le Predijo que grandes calamidades afligirían a su
futura diócesis.
Ambas profecías se
realizaron en efecto catorce años más tarde cuando al morir el obispo Hiltino,
sucesor de Adalberón, todos los sufragios de clero y pueblo, recayeron sobre
Ulrico. A pesar de su resistencia fue llevado en triunfo a la Catedral y, con
gran solemnidad, consagrado obispo el 28 de diciembre del año 923. Realmente
era la voluntad del Señor.
PEREGRINACIÓN A ROMA
Cuando la ciudad de
Augsburgo estuvo libre de todo peligro, el santo pastor ordenó en toda la
diócesis solemnes oraciones en acción de gracias, y no contento con esta
pública manifestación de su reconocimiento hacia la bondad divina, resolvió
hacer por segunda vez el viaje a Roma para agradecer a los santos apóstoles
Pedro y Pablo, su insigne y visible protección sobre la capital del episcopado,
ya que en su poder y guarda había confiado cuando los húngaros la amenazaban.
Cumplió Ulrico esta
peregrinación con gran piedad y sincera humildad.
Llegado a Roma, fue recibido
solemnemente por el papa Juan XII.
El duque Alberico de
Camerino, gran cónsul de Roma, para demostrarle su adhesión fervorosa le hizo
donación de la cabeza de San Abundio, insigne reliquia que el prelado aceptó
con gran alegría para enriquecer el tesoro espiritual de su diócesis.
En 927, a pesar de su
ancianidad y de sus achaques. Ulrico peregrinó de nuevo a Roma, pues quería,
antes de morir, visitar por última vez el sepulcro de los Apóstoles, hacia
quienes sentía gran veneración.
PODER DE LA ORACIÓN Y DE LA
FE
En uno de estos viajes,
Ulrico se vio detenido por el Taro, que, al desbordarse, había inundado las
tierras de ambas márgenes. Cuantos le acompañaban buscaron en vano un medio
para atravesarlo. Comprendió el santo obispo que era necesario recurrir a Dios,
y ordenó que levantasen un altar a la orilla del río, celebró en él la santa
misa y, por la sola eficacia de su oración, el agua retrocedió a su cauce, con
lo cual pudieron los viajeros continuar su camino sin peligro alguno.
Otra vez, atravesando el
Danubio, al chocar el barco que le conducía contra una roca, se abrió en él una
profunda brecha. Todos los pasajeros se apresuraron a ganar tierra. Ulrico se
quedó el último a fin de favorecer el salvamento de los demás, y Dios le
recompensó este acto de caridad, haciendo que llegara sano y salvo a la orilla.
En el mismo momento de poner pie en tierra, el barco, hasta entonces sostenido
como por una fuerza invisible, se hundió en las aguas del río.
En otra ocasión,
dirigiéndose a Ingelheim para asistir a un concilio provincial, encontró en el camino
a un mendigo gravemente herido. Lleno de compasión, el santo obispo le ofreció
generosa limosna diciendo «En nombre de Nuestro Señor, toma esto y vete en
paz». Poco después, Roberto —que así se llamaba el mendigo— se sintió
completamente curado.
MUERTE DEL SANTO
Los últimos años de la vida
de San Ulrico fueron una larga cadena de penitencias, que aumentaban en número
y en rigor a medida que sentía acercarse la muerte. A pesar de sus fatigas
continuó visitando su diócesis y predicando al pueblo la palabra de Dios. El
tiempo que le quedaba e incluso muchas veces el de la comida y descanso, lo
consagraba a la oración, a las santas lecturas y a la meditación. Supo por
revelación divina, que muy pronto iría a unirse definitivamente con Aquél que
llenaba su alma, y este pensamiento le colmó de alegría. Distribuyó entre los pobres
los poquísimos bienes que aún le quedaban y, momentos antes de expirar, con el
fin de imitar a Jesucristo hasta el último suspiro, se extendió sobre un lecho
de ceniza preparado en forma de cruz. Ocurrió su santa muerte el día 4 de julio
del año 973.
Enterrado en Augsburgo en la
iglesia de Santa Afra, obró desde su sepultura numerosos milagros. Fue
canonizado solemnemente por Juan XV el primero de febrero de 993. El texto de
la Bula se ha conservado hasta nuestros días, y hacen mención de ella muchos
historiadores. Este precioso documento lleva, además de la firma del «obispo de
la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana», la de cinco obispos, diez
cardenales, un arcediano (administrador de diócesis) y tres diáconos, y
constituye una joya bibliográfica.
SANTORAL 4 JULIO
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Santa Isabel de Portugal
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San Andrés de Creta
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Santa Berta de Blangy
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San Cesidio Giacomantonio
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San Florencio de Cahors
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San Jocundiano mártir
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San Lauriano de Vatan
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San Nanfanión mártir
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San Udalrico de Augsburgo
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San Valentín de Langres
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Beata Catalina Jarrige
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Beato José Kowalski
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Beato Juan de Vespignano
· Beato Pedro Jorge Frassati
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