DÍA 3 DE JULIO
No siempre se manifiesta la vocación religiosa con la espontaneidad del primer impulso, a veces permite el Señor que los llamados al divino servicio orienten su vida hacia otros rumbos, y aun los deja prosperar y afianzarse en ellos hasta que, lograda ya la deseada cumbre, advierten que el camino se les ha terminado y que el apetecido ideal queda aún muy lejos. Es el momento crítico aprovechado por Dios para insinuar la invitación. «Si quieres ser perfecto. ». Momento en que el alma se llama a reflexión para descubrir, desde la atalaya íntima, los horizontes que hasta entonces permanecieron ocultos tras el primer plano de otras preocupaciones. Tal es el caso de San Bernardino Realino.
INFANCIA Y PRIMEROS AÑOS
Nació nuestro Santo el 1.“
de diciembre de 1530 en Carpi, ciudad italiana de la provincia de Módena.
Fueron sus padres don Francisco Realino, caballerizo mayor del príncipe don
Luis de Gonzaga, más tarde hombre de confianza del cardenal Madruzzo, y doña
Isabel Bellentani, mujer ilustre y piadosísima.
En Ia ceremonia del santo
Bautismo, celebrada ocho días después, recibió el niño los nombres de
Bernardino Luis.
EN LA UNIVERSIDAD
Decidido a estudiar
filosofía, eligió para ello la Universidad de Módena.
Pronto el brillo de su
talento y aquel notabilísimo tacto y don de gentes característicos en él le
conquistaron el nuevo escenario de su actividad. Fueron magníficos comienzos.
Algunos malos compañeros
—que nunca faltan aliados al demonio—,
seducidos por las prendas
personales de Bernardino, cayeron en la pérfida intención de malearlo. Dadas
las aficiones del incauto joven, nada más fácil que acogerse a la literatura y
a la filosofía para entrar en materia.
La víctima sé dejó prender
en la tenue red de aquel mísero engaño y fue cediendo paulatinamente en sus
disposiciones. Ya no gustaba con la misma fruición de los ejercicios piadosos.
Aquella intensidad en los estudios decayó igualmente, y el que tiempo antes
hallaba escaso el margen de horas para concentrarse sobre los libros, malgastándolo
ahora sin tino ni provecho. Fue, por gracia de Dios, una crisis pasajera. Su
buena madre lo respaldaba al igual que hiciera Mónica por su hijo Agustín,
mientras Bernardino se dejaba arrastrar a la deriva, las oraciones de Isabel
preparaban la vuelta definitiva del hijo pródigo.
Muy pronto se percató éste
del mal paso en que se encontraba y rompió valientemente con aquellos sus
perversos amigos. Y aun, para asegurar mejor sus propósitos de recuperación,
dejó la Universidad de Módena y trasladándose a la de Bolonia, Remedio costoso,
pero plenamente eficaz.
Acaeció por aquellos días la
muerte de doña Isabel, golpe terrible para Bernardino cuyo corazón había sido
siempre una hoguera de amor hacia su santa madre. Ni aun la gracia tuvo de
recibir su último suspiro.
LA VOCACIÓN RELIGIOSA
Pasaron muchas cosas en su
vida, pero aun así, Bernardino no había sentido hasta entonces ninguna inquietud
formal respecto a su manera de vida. Dios Nuestro Señor había venido asentando
los pilares para sobre ellos afirmar con sólida estructura la vocación
religiosa de su siervo que, por entonces, sólo pensaba en mantener la
trayectoria primitiva.
Un día, yendo por una de las
calles de la ciudad, topó con dos jóvenes religiosos que murmuraban. Le impresionó
sobremanera la modestia que en ellos había observado y quiso conocerlos. Supo
que pertenecían a la Compañía de Jesús, y el domingo siguiente acudió a oír misa
en la iglesia de los jesuitas. Allí precisamente le esperaba el llamamiento divino.
En el momento en que Bernardino entraba, el padre Juan Carminata, discípulo de
San Ignacio de Loyola, ponderaba la necesidad de menospreciar los bienes
caducos y escuchar los divinos llamamientos.
Nuestro Santo pasó la mañana
en su despacho, a vueltas con las verdades de aquel sermón. Por la tarde, se presentó
en la residencia de los Padres y preguntó por el predicador. El Padre Carminata
muy serenamente lo escucho y después que hubo estudiado y admirado las
excelencias de aquella alma, le aconsejo un retiro espiritual de ocho días.
Durante estos ejercicios, Dios Nuestro Señor habíase servido iluminarle la senda
por donde iba a conducirle a la santidad. Comprendió Bernardino que su vocación
estaba en la vida religiosa y tras mucho
discurrir y encomendarse a Dios, se decidió por la Compañía de Jesús.
El 13 de octubre de 1564,
ingresó en el Noviciado de Nápoles.
Aquel período de probación
transcurrió en medio de extraordinario fervor y de repetidos favores
sobrenaturales. Un día también mientras rezaba el santo Rosario, se le apareció
nuevamente la Virgen, para arrancar de su corazón el fomes peccati (inclinación
al pecado): y tan libre de él quedó el santo novicio que ya nunca volvió a
sentir incentivo alguno contra la santa pureza.
Las extraordinarias muestras
de virtud que en él habían observado, determinaron a los superiores a romper en
su favor con una costumbre de la Compañía. Porque a mitad del Noviciado —que es
regularmente de dos años— ya le dedicaron a los estudios. En el año 1567, el 24
de mayo, fue ordenado sacerdote, y en la fiesta del Corpus Christi celebró su
primera misa. Por nueva excepción, debida al General de entonces, San Francisco
de Borja, hizo la profesión solemne de cuatro votos el
1." de mayo de 1570.
Durante tres años ejerció el ministerio en Nápoles, intensamente dedicado a la
catequesis entre los pobres.
SANTIDAD Y MILAGROS
El milagro más grande que a
un hombre pueda pedirse es el de la propia santificación, y en este aspecto
constituye la vida de San Bernardino un prodigio constante. Aquellas virtudes
incipientes que admirábamos en su infancia habían venido evolucionando hasta
completar el ciclo de su progreso en la madurez de la vida. Sus contemporáneos
atestiguaron unánimemente que jamás habían podido sorprender en él palabra alguna
que rozara los límites del pecado venial.
ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE
Tenía ochenta años nuestro Santo.
Aquel día 3 de marzo había pasado toda la mañana en el confesonario y acababa
de subir a su aposento. Al querer bajar la escalera, pisó en falso y se vino al
suelo con gran violencia. Acudieron los Padres y hallándolo sin sentido y con dos
profundas heridas por las que salía abundantísima la sangre.
Después de aquel accidente,
aún vivió el Siervo de Dios seis años.
El 29 de junio de 1616, le
sobrevino una debilidad extraordinaria. Al día siguiente perdió el habla; los
médicos juzgaron que era gravísimo. El Padre Rector administró los últimos
Sacramentos, y el Santo los recibió con devoción tal, que arrancaba lágrimas a
los presentes.
El 2 de julio, sábado,
fiesta de la Visitación, dijeron que quizá en aquel día esperaba la Santísima
Virgen recibirle en el cielo. « ¡ Oh, Santísima Señora mía», exclamó. Fueron
sus últimas palabras. Poco después del mediodía, mientras tenía la mirada en el
crucifijo, entregó al Señor su bendita alma. El Consejo de la ciudad tomó los
funerales a su cargo.
San Bernardino Realino fue
beatificado por León XIII el 27 de septiembre de 1895. Su Santidad Pío XII lo canonizo
en junio de 1947
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