viernes, 3 de julio de 2020

San Bernardino Realino De la compañía de Jesús (1530-1616)

DÍA 3 DE JULIO

No siempre se manifiesta la vocación religiosa con la espontaneidad del primer impulso, a veces permite el Señor que los llamados al divino servicio orienten su vida hacia otros rumbos, y aun los deja prosperar y afianzarse en ellos hasta que, lograda ya la deseada cumbre, advierten que el camino se les ha terminado y que el apetecido ideal queda aún muy lejos. Es el momento crítico aprovechado por Dios para insinuar la invitación. «Si quieres ser perfecto. ». Momento en que el alma se llama a reflexión para descubrir, desde la atalaya íntima, los horizontes que hasta entonces permanecieron ocultos tras el primer plano de otras preocupaciones. Tal es el caso de San Bernardino Realino.

INFANCIA Y PRIMEROS AÑOS

Nació nuestro Santo el 1.“ de diciembre de 1530 en Carpi, ciudad italiana de la provincia de Módena. Fueron sus padres don Francisco Realino, caballerizo mayor del príncipe don Luis de Gonzaga, más tarde hombre de confianza del cardenal Madruzzo, y doña Isabel Bellentani, mujer ilustre y piadosísima.

En Ia ceremonia del santo Bautismo, celebrada ocho días después, recibió el niño los nombres de Bernardino Luis.

EN LA UNIVERSIDAD

Decidido a estudiar filosofía, eligió para ello la Universidad de Módena.

Pronto el brillo de su talento y aquel notabilísimo tacto y don de gentes característicos en él le conquistaron el nuevo escenario de su actividad. Fueron magníficos comienzos.

Algunos malos compañeros —que nunca faltan aliados al demonio—,

seducidos por las prendas personales de Bernardino, cayeron en la pérfida intención de malearlo. Dadas las aficiones del incauto joven, nada más fácil que acogerse a la literatura y a la filosofía para entrar en materia.

La víctima sé dejó prender en la tenue red de aquel mísero engaño y fue cediendo paulatinamente en sus disposiciones. Ya no gustaba con la misma fruición de los ejercicios piadosos. Aquella intensidad en los estudios decayó igualmente, y el que tiempo antes hallaba escaso el margen de horas para concentrarse sobre los libros, malgastándolo ahora sin tino ni provecho. Fue, por gracia de Dios, una crisis pasajera. Su buena madre lo respaldaba al igual que hiciera Mónica por su hijo Agustín, mientras Bernardino se dejaba arrastrar a la deriva, las oraciones de Isabel preparaban la vuelta definitiva del hijo pródigo.

Muy pronto se percató éste del mal paso en que se encontraba y rompió valientemente con aquellos sus perversos amigos. Y aun, para asegurar mejor sus propósitos de recuperación, dejó la Universidad de Módena y trasladándose a la de Bolonia, Remedio costoso, pero plenamente eficaz.

Acaeció por aquellos días la muerte de doña Isabel, golpe terrible para Bernardino cuyo corazón había sido siempre una hoguera de amor hacia su santa madre. Ni aun la gracia tuvo de recibir su último suspiro.

LA VOCACIÓN RELIGIOSA

Pasaron muchas cosas en su vida, pero aun así, Bernardino no había sentido hasta entonces ninguna inquietud formal respecto a su manera de vida. Dios Nuestro Señor había venido asentando los pilares para sobre ellos afirmar con sólida estructura la vocación religiosa de su siervo que, por entonces, sólo pensaba en mantener la trayectoria primitiva.

Un día, yendo por una de las calles de la ciudad, topó con dos jóvenes religiosos que murmuraban. Le impresionó sobremanera la modestia que en ellos había observado y quiso conocerlos. Supo que pertenecían a la Compañía de Jesús, y el domingo siguiente acudió a oír misa en la iglesia de los jesuitas. Allí precisamente le esperaba el llamamiento divino. En el momento en que Bernardino entraba, el padre Juan Carminata, discípulo de San Ignacio de Loyola, ponderaba la necesidad de menospreciar los bienes caducos y escuchar los divinos llamamientos.

Nuestro Santo pasó la mañana en su despacho, a vueltas con las verdades de aquel sermón. Por la tarde, se presentó en la residencia de los Padres y preguntó por el predicador. El Padre Carminata muy serenamente lo escucho y después que hubo estudiado y admirado las excelencias de aquella alma, le aconsejo un retiro espiritual de ocho días. Durante estos ejercicios, Dios Nuestro Señor habíase servido iluminarle la senda por donde iba a conducirle a la santidad. Comprendió Bernardino que su vocación estaba en la vida religiosa y  tras mucho discurrir y encomendarse a Dios, se decidió por la Compañía de Jesús.

El 13 de octubre de 1564, ingresó en el Noviciado de Nápoles.

Aquel período de probación transcurrió en medio de extraordinario fervor y de repetidos favores sobrenaturales. Un día también mientras rezaba el santo Rosario, se le apareció nuevamente la Virgen, para arrancar de su corazón el fomes peccati (inclinación al pecado): y tan libre de él quedó el santo novicio que ya nunca volvió a sentir incentivo alguno contra la santa pureza.

Las extraordinarias muestras de virtud que en él habían observado, determinaron a los superiores a romper en su favor con una costumbre de la Compañía. Porque a mitad del Noviciado —que es regularmente de dos años— ya le dedicaron a los estudios. En el año 1567, el 24 de mayo, fue ordenado sacerdote, y en la fiesta del Corpus Christi celebró su primera misa. Por nueva excepción, debida al General de entonces, San Francisco de Borja, hizo la profesión solemne de cuatro votos el

1." de mayo de 1570. Durante tres años ejerció el ministerio en Nápoles, intensamente dedicado a la catequesis entre los pobres.

SANTIDAD Y MILAGROS

El milagro más grande que a un hombre pueda pedirse es el de la propia santificación, y en este aspecto constituye la vida de San Bernardino un prodigio constante. Aquellas virtudes incipientes que admirábamos en su infancia habían venido evolucionando hasta completar el ciclo de su progreso en la madurez de la vida. Sus contemporáneos atestiguaron unánimemente que jamás habían podido sorprender en él palabra alguna que rozara los límites del pecado venial.

ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE

Tenía ochenta años nuestro Santo. Aquel día 3 de marzo había pasado toda la mañana en el confesonario y acababa de subir a su aposento. Al querer bajar la escalera, pisó en falso y se vino al suelo con gran violencia. Acudieron los Padres y hallándolo sin sentido y con dos profundas heridas por las que salía abundantísima la sangre.

Después de aquel accidente, aún vivió el Siervo de Dios seis años.

El 29 de junio de 1616, le sobrevino una debilidad extraordinaria. Al día siguiente perdió el habla; los médicos juzgaron que era gravísimo. El Padre Rector administró los últimos Sacramentos, y el Santo los recibió con devoción tal, que arrancaba lágrimas a los presentes.

El 2 de julio, sábado, fiesta de la Visitación, dijeron que quizá en aquel día esperaba la Santísima Virgen recibirle en el cielo. « ¡ Oh, Santísima Señora mía», exclamó. Fueron sus últimas palabras. Poco después del mediodía, mientras tenía la mirada en el crucifijo, entregó al Señor su bendita alma. El Consejo de la ciudad tomó los funerales a su cargo.

San Bernardino Realino fue beatificado por León XIII el 27 de septiembre de 1895. Su Santidad Pío XII lo canonizo en junio de 1947




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