domingo, 12 de julio de 2020

San Juan Gualberto fundador de los benedictinos de Vallumbrosa (957-1073)

DÍA 12 DE JULIO 

La regla de San Benito, redactada en 529 en la soledad del Monte Casino, e inspirada, al decir del papa San Gregorio, por el Espíritu Santo, pobló en poco tiempo el mundo de innumerables monjes, dedicados unos a la agricultura, entregados otros con ahínco a los estudios literarios y científicos, o a cantar las divinas alabanzas. Fue la regla de San Benito antorcha luminosa de la Edad Media, cuando florecían en Europa millares de monasterios, cada uno de los cuales albergaba, con frecuencia, a centenares de cenobitas. Más de quince mil religiosos diseminados por el planeta, siguen actualmente sus prescripciones. 

VIDA MUNDANA DE SAN JUAN GUALBERTO 

Vivía en Florencia a fines del siglo X una aristocrática familia. Es creencia general que Juan nació el año 995.

Un día lo marco trágicamente la muerte de su hermano Hugo, vilmente asesinado por un caballero florentino. Se aproximaba ya Juan en los treinta años. Creyó enloquecer de dolor al conocer tan alevoso crimen. El único recurso que se le ocurrió para tranquilizar su apenado corazón, fue quitarle la vida al asesino; y siguiendo la costumbre de aquella época, juró vengar a la desgraciada víctima. Pero Dios se sirvió de tan injusto afán para convertir a aquel hombre a quien llamaba, cual otro Saulo, para vaso de elección.

Efectivamente, poco después se dirigía Juan, acompañado de numerosa escolta, a Florencia. Al pasar por un estrecho sendero bordeado de altos valladares, encontrase frente a frente con el asesino de Hugo; les era imposible cruzarse sin cerrarse el paso mutuamente. Ante tal coyuntura, el corazón de Juan se estremeció de feroz alegría; inesperadamente se le presentaba la ansiada ocasión de satisfacer su venganza. Requiere espada, y se apresta a caer sobre el indefenso caballero, cuando este, sobresaltado, se postra de hinojos, y, con los brazos en cruz, pide perdón y clemencia en nombre de Jesús crucificado. Era el día de Viernes Santo, y Juan no pudo menos de recordar la sangrienta escena del Calvario y las palabras del Padrenuestro: Perdónanos... como nosotros perdonamos

a nuestros deudores. Le Parece ver a Jesús en la persona de aquel hombre que aguarda humilde el golpe mortal, y, en vez de herirle, arroja la espada al suelo, se arrodilla a su vez y exclama: No puedo negarte el perdón que me pides en nombre de Jesucristo. Y dicho esto, después de abrazarle, deja que prosiga su camino.

En sentido contrario siguió Juan el suyo hasta llegar a las alturas de la orilla izquierda del Arno, desde donde se divisa el bello panorama de Florencia. Dirigiese a ella, mas, al pasar junto a la iglesia de San Miniato, entro para desahogarse y calmar la honda emoción del pasado trance. Se puso a rezar delante de un Santo Cristo, cuando ve con asombro que la imagen del Crucificado inclina dulcemente hacia el la cabeza coronada de espinas, como aprobando el generoso acto de clemencia de poco ha, y siente en su interior que Dios le perdona los pecados en pago de haber el perdonado a su enemigo. Fue aquel un toque de gracia para el alma de Gualberto. 

SU MUERTE

Sus austerísimas penitencias y los grandes trabajos que padeció en el Servicio de Dios y para el bien del prójimo, minaron la salud del Santo en tales términos, que al fin hubo de rendirse al peso de gravísima enfermedad, precursora de una muerte próxima. 

Así lo entendió nuestro bienaventurado, y atento a la salvación de su

alma, y a la santificación de los religiosos cuya dirección le había sido confiada, se preparo a comparecer ante el Juez Supremo con la fervorosa recepción de los últimos Sacramentos. Congrego luego, al pie de su lecho, a sus hermanos en religión y los exhorto a perseverar en la santa vida que habían abrazado. Les hizo prometer que observarían puntualmente la regla de San Benito, y la perfecta caridad fraterna.

Cumplidos estos deberes se entregó por completo a la piadosa tarea de auxiliarse a si propio a bien morir con repetidos actos de fe, esperanza y caridad. Y con el nombre dulcísimo de Jesús en los labios, exhalo el último suspiro, en Passignano, el día 12 de julio del año 1073, a los veintidós de haber fundado la Congregación de Vallumbrosa. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia del convento.

Grande fue el duelo de todos sus religiosos y de cuantas personas tuvieron la dicha de tratarle, al contemplar los inanimados restos del siervo de Dios, que tanto bien había sembrado dondequiera pasara; pero esta amargura se troco muy pronto en inefable jubilo ante los milagros que Dios obraba junto al sepulcro del Santo, y que, al confirmar su santidad, ofrecían una sólida garantía de la eficacia de su intercesión.

Dichos prodigios movieron a sus religiosos y a gran número de seglares muy calificados, a pedir que se abriera el proceso de su canonización, que, previos los tramites canónicos, fue solemnemente proclamada el 6 de octubre de 1193 por el papa Celestino III ; Inocencio XI elevo la fiesta a rito doble el 18 de enero de 1680.

Buena parte de las reliquias de San Juan Gualberto se conservan en Passignano; uno de los brazos, en Vallumbrosa; una mandíbula y el Santo Cristo milagroso de San Miniato, en la iglesia de la Santísima Trinidad de Florencia.

 

SANTORAL:

·         San Clemente Ignacio Delgado Cebrián

·         San Félix de Milan

·         San Fortunato y Hermágoras de Aquileia

·         San Hilarión de Ancira

·         San Juan Jones

·         San Nabor de Milán

·         San Paterniano de Fano

·         San Pedro Khanh

·         San Proclo de Ancira

·         San Vivenciolo de Lyon

·         Beato Matías Araki y siete compañeros


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