jueves, 9 de julio de 2020

Nuestra Señora Virgen de Chiquinquirá

JULIO 9 

En 1919, mientras el mundo se reponía de los horrores de la Gran Guerra, en Colombia reinaba un ambiente de paz y de moderado crecimiento económico luego del azaroso siglo XIX con su seguidilla de guerras civiles y de confrontaciones partidistas. Era presidente Marco Fidel Suárez y la República conservadora parecía ofrecer la estabilidad necesaria para terminar de sanar las secuelas dejadas por la cruenta guerra de los mil días. 

La nación celebraba un siglo de independencia, oportunidad inigualable para proceder a coronar el lienzo de la Virgen de Chiquinquirá como así ocurrió el 9 de julio, acontecimiento que congregó en la plaza de Bolívar una gran multitud liderada por el presidente poeta con su gabinete, quien para la ocasión recitó un hermosa pieza oratoria. Además, hubo verbenas populares, juegos pirotécnicos desde las montañas tutelares y se inauguró el alumbrado eléctrico de la capital que, con apenas 200.000 habitantes, se asomaba tímidamente al siglo XX.

Y no era para menos. El lienzo con la imagen de la Virgen del Rosario y a los flancos san Antonio de Padua y san Andrés apóstol había sido protagonista de primera línea de los tres largos siglos de periodo colonial. Pintada por encargo en Tunja en 1567 por uno que no era pintor y que tampoco contaba con los materiales debidos, presidió discretamente por años el oratorio privado de don Antonio de Santana en su hacienda Aposentos en Suta, hasta que la muerte de su dueño, las malas condiciones de la capilla pajiza y el traslado de la viuda de Santana a otra encomienda hicieron que la pintura cayera en el más absoluto abandono.

Por razones que no son de todo claras volvemos a encontrar el cuadro raído y sucio en Chiquinquirá, antiguo centro ceremonial indígena que significa tierra de nieblas y de pantanos; esta vez en manos de María Ramos, migrante española y pariente cercana de doña Catalina, la que fuera mujer del encomendero Santana. María Ramos, mujer piadosa y humilde se había venido desde Andalucía en busca de su marido, pero al encontrarlo amancebado con otro se retiró a Chiquinquirá a pasar su pena, protegida por su parienta. 

El 26 de diciembre de 1586, los ruegos y súplicas de esta mujer que oraba al cielo pidiendo ver claramente los rasgos desfigurados por las inclemencias del tiempo y del clima, de la Virgen fueron escuchados.  

En efecto a media mañana y mientras ella se retiraba del modesto recinto donde cada mañana rezaba delante del lienzo, la indígena Isabel y su hijito Miguel que pasaban por la puerta de la capilla, vieron con sorpresa que el lugar se iluminaba y que el cuadro despedía rayos de luz de sobrenatural belleza. El fenómeno duró un rato y muchos otros pudieron contemplarlo y de hecho se repitió otras veces a lo largo de los siglos. 

Vale la pena destacar que el proceso verbal para legitimar la veracidad del acontecimiento se inició quince días después del prodigio por jueces y escribanos enviados por el arzobispo desde Santafé y, desde entonces Chiquinquirá se convirtió en sitio de peregrinación de decenas de indígenas y españoles del altiplano andino. Sumado a eso, la imagen fue llevada varias veces a Tunja y a la capital a paliar pestes y calamidades que eran frecuentes por aquellos tiempos.


En enero de 1815 el tribuno del pueblo José Acevedo y Gómez recibió de parte de los custodios de la Virgen, el tesoro en oro y piedras preciosas, que durante siglos había sido guardado, para costear la independencia. 

Un año después el general Serviez al servicio de la causa libertadora sustrajo el cuadro y se lo llevó a los Llanos para encender los ánimos de la soldadesca aterrorizada por la represión que el pacificador Morillo venía haciendo desde Cartagena. 

El lienzo de la celestial señora fue rescatado en Cáqueza y devuelto con singular despliegue a su santuario y allí fue a visitarlo el Libertador, apenas terminadas las guerras de independencia, para agradecer el obsequio y seguramente a desahogar su alma, atormentada por las traiciones y vicisitudes; en el azaroso comienzo de esta familia de naciones.

Estos y muchos otros motivos ameritan celebrar con entusiasmo el centenario de la apoteosis mariana. Los cristianos católicos con piedad y devoción para con la Madre de Dios, todos los colombianos por un ícono -tal vez el único que se conserva- de esa larga y accidentada historia que, si no conocemos y recuperamos, no vamos a ser capaces de construir de una vez por todas ese modelo de país incluyente y solidario en el que quepamos todos.

 

Fray Carlos Mario Alzate Montes
Rector del Santuario Mariano Nacional

 


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