jueves, 9 de julio de 2020

Santa Isabel Reina de PortugaL (1271-1336)

DÍA 8 DE JULIO

Zaragoza, la Inmortal, la de los Innumerables Mártires, Pilar de nuestra raza y Columna de nuestra fe, fue la ciudad donde vio Isabel la luz primera. Andando el tiempo, había de ceñir sus sienes con la diadema real y merecer más tarde el honor de los altares por la santidad de su vida. Nació Isabel en el castillo de la Aljafería, de la capital aragonesa, corriendo el año del Señor 1271. Fue hija de Pedro, primogénito del rey de Aragón, don Jaime I, y de Constanza, hija de Manfredo, rey de Sicilia, y nieta, por línea materna, del emperador de Alemania Federico II. Por parte de su madre, sobrina segunda de Santa Isabel de Hungría, cuyo nombre se le dio en el bautismo.

REINA DE PORTUGAL

La joven Isabel, que sentía gran atractivo por la virginidad, no hubiera aceptado esposo alguno terrenal, pero una luz particular le manifestó que por razón de estado debía sacrificarse y acatar el deseo de sus padres.

La alianza con el valeroso rey de Aragón, llamado el Grande a pesar de su corto reinado, era muy solicitada. El emperador de Oriente, y los reyes de Francia, Inglaterra y Portugal, habían pedido la mano de Isabel. Para evitarse la pena que les produciría el alejamiento de su hija, buscaron los padres al rey más próximo, y, con este fin enviaron embajadores a Dionisio, rey de Portugal, para anunciarle que aceptaban su petición.

TERRIBLES PRUEBAS — UN RASGO DE JUSTICIA DIVINA

Tras de algunos años de dicha conyugal perfecta, el rey se dejó llevar de culpables pasiones. La desdichada reina soportó aquella pesadísima cruz con tan heroica paciencia, que jamás se le escapó ni la más ligera queja ni la más mínima señal de disgusto o resentiminto. Menos ofendida de sus agravios y del abandono en que se veía, que de las ofensas hechas a la majestad de Dios, se contentaba con clamar en secreto al Señor por la conversión del rey, pidiéndosela sin cesar con oraciones, lágrimas y limosnas. Al fin la paciencia y mansedumbre de la reina conmovieron el corazón del rey, el cual volvió a la práctica de sus deberes religiosos e hizo penitencia por sus pasados extravíos con sincerísimo arrepentimiento.

SANTA ISABEL RESTABLECE LA PAZ

Alfonso, príncipe heredero de Portugal, deseoso de figurar en el campo de la política, intentó, en 1322, apoderarse por sorpresa de Lisboa.

El rey conocedor de estos planes, quiso evitar la guerra y no encontró más expeditivo remedio que hacer prisionero al rebelde.

Isabel, luchando entre su amor de esposa y su amor de madre, trató de reconciliar al padre con el hijo, luego, para que no hubiera efusión de sangre, advirtió a su hijo Alfonso el peligro que corría. Algunas personas mal intencionadas la acusaron de ser partidaria del príncipe, y el rey, demasiadamente crédulo, echó a la reina del palacio de Santarem, donde él estaba, la privó de todas sus rentas y la desterró a la villa de Alenquer. En tan crítica circunstancia, muchos señores ofrecieron sus servicios a la reina, pero ella lo rehusó todo, alegando que la primera obligación que a todos cabía era la de condescender con los deseos del rey.

La santa reina de Portugal visita a los pobres enfermos y cúralos con sus propias manos sin asco ni pesadumbre. Les lava los pies, aunque tengan enfermedades enojosas, y con gran devoción se los besa.

Todo le parece poco, sabiendo que Dios es digno de infinito amor y servicio.

El joven príncipe, so pretexto de defender a su madre, pidió socorros a Castilla y Aragón, mientras Dionisio preparaba un gran ejército. Ante

tales extremos, marchándose la reina de Alenquer, no obstante la prohibición del rey, y fue a Coímbra a echarse a los pies de su esposo, el cual la recibió con bondad y consintió que se interpusiera cerca de su hijo. Apresuradamente fue Isabel a Pombal, donde el príncipe se hallaba al frente de las tropas rebeldes, le ofreció el perdón paterno, y se restableció nuevamente la paz.

PIEDAD Y VIRTUD DE NUESTRA SANTA. — SUS MILAGROS

La virtuosa reina comenzaba el día con un acto de piedad que tenía lugar en la capilla de palacio. Allí rezaba Maitines y Laudes, y oía luego la santa Misa. Tenía en alto grado el don de lágrimas y era su anhelo sufrir por Nuestro Señor. Durante la cuaresma practicaba ayunos rigurosos y llevaba debajo de sus vestidos ásperos cilicios. Los viernes, con licencia del rey, daba de comer en sus habitaciones particulares a doce pobres, los servía ella misma, y les daba vestidos, calzado y dinero.

Una noche, durante el sueño, Isabel recibió inspiración del Espíritu Santo, para edificar un templo en su honor. Muy de madrugada, hizo la piadosa reina ofrecer el santo Sacrificio, y rogó al Señor que le manifestase claramente su voluntad. Una vez conocida ésta, mandó algunos arquitectos al sitio que le parecía más conveniente para la construcción proyectada, pero volvieron para comunicarle que los cimientos ya estaban trazados y que se podía empezar inmediatamente la construcción. Fue cosa muy sorprendente, pues la víspera no había absolutamente nada. El rey ordenó una indagación e hizo levantar acta acerca de este hecho maravilloso; cuando la reina llegó al lugar para cerciorarse de lo sucedido, tuvo un prolongado éxtasis, del que fueron muchos testigos.

Poco tiempo después, yendo Isabel a visitar los trabajos, encontró a una muchacha que llevaba un ramo. Se lo Pidió y repartió las flores a los obreros, éstos después de agradecer el delicado obsequio, las dejaron en lugar seguro, más al ir a recogerlas después del trabajo, vieron que se habían convertido en doblones. La construcción de la iglesia y las fiestas solemnes de su inauguración fueron señaladas con multitud de maravillas.

Junto al parque de Alenquer corría un río en cuyas aguas la reina lavaba la ropa de los enfermos del hospital. Dice la historia que al contacto con sus manos, estas aguas adquirieron propiedades maravillosas con las cuales muchos enfermos recobraron la salud y otros mejoraron de sus dolencias.

MUERTE DEL REY

El rey se agravó de tal manera, que se le tuvieron que administrar los últimos sacramentos.

La reina, que no le abandonó un momento, lo cuidó con admirable solicitud y logró que se entregara completamente en las manos de Dios. Murió el rey piadosamente el 7 de enero de 1325.

Isabel se retiró a sus habitaciones para dar desahogo a su dolor; se despojó de los vestidos reales, y se puso el pobre hábito de clarisa. Desde aquel día hasta el de los funerales, que tuvieron lugar en Odinellas, hizo celebrar muchas misas y rezar muchas oraciones por el eterno descanso del alma de su marido, y se dio personalmente extraordinarias penitencias.

SU MUERTE. — PRODIGIOS QUE LA SIGUIERON

Después de mucho tiempo, se enfermó y los médicos, que habían sido llamados con grande urgencia, encontraron muy débil el pulso de la enferma. En cuanto salieron de la habitación, quiso la reina levantarse del lecho; pero, apenas descansó los pies en el suelo, cayó desvanecida. Vuelta en sí, rezó el Credo y una plegaria a la Virgen, besó el Crucifijo y se durmió en la paz del Señor. Era el 4 de julio de 1336, tenía a la sazón sesenta y cinco años.

En su testamento, Isabel legaba todos sus bienes al monasterio de Santa Clara de Coímbra, en el cual pedía que se la enterrase, aunque con expresa prohibición de que embalsamasen su cadáver. A causa de los calores se temió la rápida descomposición, lo que originó algunas dudas respecto a dicho mandato, sin embargo, por no quebrantar el último deseo de la reina, su cuerpo, revestido con el hábito de Santa Clara y envuelto en una sábana, fue depositado en un sencillísimo ataúd de madera.

Junto a su tumba se multiplicaron los. milagros. En el proceso de su beatificación, se reconoció la curación de seis moribundos, cinco paralíticos, dos leprosos y un loco. Isabel fue beatificada por León X en 1516.

El 26 de marzo de 1612, al ser abierta su sepultura, se observó que su cuerpo incorrupto exhalaba exquisito perfume. Fue canonizada por Su Santidad Urbano VIII el día 25 de mayo del año 1625.

Muchas ciudades la han escogido por Patrona: Zaragoza donde nació, Estremoz donde murió, Coímbra donde vivió como humilde terciaria de San Francisco, y la nación portuguesa en que había brillado como reina y como santa.


SANTORAL

·         Santos monjes abrahamitas

·         San Adriano III papa

·         San Áquila

·         San Auspicio de Toul

·         San Colomano de Turingia

·         San Disibodo de Renania

·         Santa Gliceria de Heraclea

·         San Juan Wu Wenjin

·         Santa Landrada

·         San Pancracio de Taormina

·         Santa Priscila

·         San Quiliano de Herbipoli

·         Sant Totnano de Turingia

 


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